Artemisa y Apolo – Lo mejor del 2025 en ElRevisto
Las historias en torno a Apolo explican su complejidad. Tiene múltiples facetas y poderes, emergiendo allí donde lo constructivo y lo destructivo se rozan y se equilibran.
Como dios oracular, podía conocer el futuro y compartir ese conocimiento; por eso formó parte de la (re)fundación del Oráculo de Delfos, donde establece el centro de la sabiduría divina.
Como fuerza sanadora —más allá de Asclepio— participó en la purificación de Orestes, la cura de Filoctetes y la destrucción de los Telquines, seres demoníacos que erradicó con su fulgor divino.
Como fuerza destructora y punitiva, lo vemos en la maldición de Midas y en el castigo de Marsias y Fineo. También podemos aprender de sus fracasos y derrotas en el abandono de Evadne, el temor de Marpesa y su humillante destierro y castigo divino, que lo expulsó fuera del Olimpo.
Los hijos de Apolo heredaron su grandeza, su talento y un destino ineludible. Surge primero Meláneo, el gran arquero; Hilas, el compañero de Heracles; el trágico rey Cíniras; y Mopso, el vidente rival de Calcas.
Otros hijos menos conocidos fueron Cicno, Tenes o el maravilloso Aristeo, Señor de la miel, quien consiguió salir vivo de la maldición de Tebas y extendió su influencia sobre los helenos. Por último, debemos reconocer su papel de padre protector en el sacrilegio de Erimanto, Filamón y la familia formada por Ánfisa y Ánfiso.
Pero Apolo nunca ha estado solo: desde el mismo vientre de su madre estuvo acompañado de Artemisa. La diosa llegó al mundo primero, tal como explica el nacimiento de los gemelos divinos.
Como contraste a su potencia, tenemos la discreta noche iluminada del plenilunio de Artemisa. La diosa cazadora, guardiana de la virginidad y de lo salvaje, se manifiesta en la plenitud lunar que guía a las bestias. En los deseos que formula, ordena la existencia: pide honores en la caza y sobre la infancia. Sus santuarios, descritos en los Santuarios de Artemisa, son algunos de los espacios mejor preservados de la antigüedad. El culto a Artemisa era especialmente singular y no estaba exento de sangre.
La relación de la diosa con lo salvaje la hacía amparar a infinidad de animales; mención especial merecen la cierva de Cerinia y el jabalí de Calidón, allí donde la diosa se encuentra con Heracles. También su relación con las Amazonas refleja esa fuerza femenina que no acepta el yugo del patriarcado ni de la civilización.
A pesar de mantenerse virgen y no tener descendencia, eso no le impidió sentir afinidad por Orión y por Endimión, siempre desde su distancia lunar. Como su hermano, tuvo grandes trifulcas con los mortales soberbios, como Anfión y Níobe, o con el gigante Ticio, donde Apolo y Artemisa castigan la transgresión. Algo similar ocurrió con la desafortunada Coronis.
En el culto dodecateísta, Apolo es un dios que se celebra tanto en el solsticio de invierno, el Sol Invictus, como en el solsticio de verano, cuando la luz alcanza su máxima fuerza. También tiene especial relevancia en las Boedromias, cuando la ciudad agradece a Apolo Boedromio la ayuda en la batalla y la defensa de la polis. Pero las celebraciones se extienden hacia los ritmos aparentes solares en los artículos sobre las Analemas —primera y segunda— y la canícula. Así, el ciclo no se cierra en el solsticio, sino que se extiende en la observación del cielo y en el reconocimiento eterno.
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