Orestes, hijo de Agamenón y Clitemnestra, regresa a Micenas después de varios años de exilio con el propósito de vengar la muerte de su padre, asesinado por su propia esposa y su amante, Egisto. Guiado por el Oráculo y por el deseo de restaurar el honor de su linaje, Orestes cumple con su misión y asesina a Clitemnestra y a Egisto. Sin embargo, su acto de venganza lo condena a un tormento sin tregua.
Las Erinias, diosas primordiales de la retribución, surgen para castigarlo por el matricidio. Aunque Orestes actuó en cumplimiento del mandato de Apolo, las Erinias no reconocen su justificación: para ellas, el derramamiento de sangre familiar es un crimen imperdonable que debe ser castigado sin excepciones. Perseguido y atormentado por estas deidades vengativas, Orestes huye en busca de redención.
En su desesperación, Orestes acude al santuario de Delfos, donde busca la guía del Oráculo, el mismo dios que le había ordenado vengar la muerte de su padre. Apolo lo recibe y lo protege dentro del templo, pero le advierte que su expiación no será inmediata. Para alcanzar la purificación, Orestes debe dirigirse a Atenas y someterse a un juicio en el Areópago, un tribunal arcaico dedicado a resolver los crímenes de sangre.
La decisión de Apolo de proteger a Orestes resalta el conflicto entre dos concepciones de la justicia: la venganza implacable representada por las Erinias y la posibilidad de absolución mediante un proceso judicial. Este dilema pone en juego la evolución moral y política de la sociedad griega, que poco a poco abandona el concepto de justicia retributiva en favor de una legislación basada en la deliberación y el juicio.
Orestes llega a Atenas, donde el tribunal del Areópago, compuesto por jueces humanos, escucha su caso. Apolo defiende a Orestes, argumentando que el asesinato de Clitemnestra fue un acto de justicia divina, mientras que las Erinias exigen su condena, pues el matricidio es, para ellas, un crimen supremo.
En un momento crucial, la diosa Atenea interviene y establece un nuevo principio: en caso de empate en el juicio, el acusado será absuelto. Finalmente, la votación del Areópago resulta dividida, y el voto de Atenea inclina la balanza a favor de Orestes. Con esta decisión, el joven príncipe es exonerado de su crimen y liberado de la persecución de las Erinias.
Sin embargo, las Erinias no aceptan fácilmente la derrota. Para apaciguarlas, Atenea les concede un nuevo papel dentro del orden cósmico: en lugar de ser diosas de la venganza, se transformarán en las Euménides, divinidades benévolas que velarán por la justicia y la armonía en la ciudad. De este modo, la historia de Orestes concluye con la transformación de la justicia basada en la venganza en un sistema legal más racional y equitativo.
La purificación de Orestes no es solo un relato de redención personal, sino un reflejo de la evolución de la justicia en la cultura griega. A través de su juicio en el Areópago, Esquilo presenta el paso de un sistema arcaico, en el que los crímenes se resolvían mediante la represalia, a una concepción más avanzada de la justicia, basada en la deliberación y la intervención de una autoridad imparcial.
Este episodio también resalta la importancia de la mediación divina en los asuntos humanos. Mientras que Apolo representa la voluntad de los dioses olímpicos, y las Erinias encarnan la justicia primitiva y despiadada de la primera generación de dioses, Atenea se erige como la figura que reconcilia ambas posturas, estableciendo un nuevo orden que garantiza la convivencia y el equilibrio en la sociedad.
Para una lectura más detallada sobre este relato, la "Orestíada" de Esquilo sigue siendo una fuente fundamental, ya que nos ofrece una narración apasionante que permite reflexionar sobre los fundamentos de la justicia y la civilización.
Comentarios
Publicar un comentario