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Mostrando las entradas etiquetadas como Poetry

"LIV" por Juan de Arguijo

Labra Artemisa el grande mausoleo, que los altos pirámides afrenta del egipcio soberbio, y no contenta busca a su ilustre fe mayor trofeo.    Del tierno y casto pecho en nuevo empleo hacer sepulcro al muerto esposo intenta, cuyas cenizas, de su amor sedienta, bebe con ansias de inmortal deseo.    «Mal podrá, dice, la enemiga muerte de ti, dulce Mauseolo, dividirme, ni en largo olvido sepultar tu gloria.    Que de su injuria basta a defenderme mi pecho, más que el bronce y mármol firme, y eternizar mi amor y su memoria.»

"En un álbum de una dama con genio y sin pretensión" por Carolina Coronado

De ti, señora, me contó la fama que con ingenio vivo y alma inquieta renuncias a la gloria del poeta por no arriesgar el de modesta dama: pero dicen también que el dios del arte al verte abandonar su templo santo sintió la ausencia de tu ingenio tanto que a los poetas ordenó cantarte. Uno por uno con afán, señora, de Apolo te transmiten los favores, y yo también aunque infeliz cantora vengo a ofrecer a tu corona flores. Admite entre el laurel y la violeta este ramo no más de siemprevivas; aunque por ser modesta nada escribas, siempre tendrás renombre de poeta.

"A la muerte de Rubén Darío" por Antonio Machado

Si era toda en tu verso la armonía del mundo, ¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar? Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares, corazón asombrado de la música astral, ¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno y con las nuevas rosas triunfantes volverás? ¿Te han herido buscando la soñada Florida, la fuente de la eterna juventud, capitán? Que en esta lengua madre la clara historia quede; corazones de todas las Españas, llorad. Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro, esta nueva nos vino atravesando el mar. Pongamos, españoles, en un severo mármol su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más: Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo; nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.

"LXXXIV" por Lope de Vega

Con nuevos lazos, como el mismo Apolo, hallé en cabello a mi Lucinda un día, tan hermosa, que al cielo parecía en la risa del alba, abriendo el polo. Vino un aire sutil, y desatólo con blando golpe por la frente mía, y dije a Amor que para qué tejía mil cuerdas juntas para un arco solo. Pero él responde: «Fugitivo mío, que burlaste mis brazos, hoy aguardo de nuevo echar prisión a tu albedrío». Yo, triste, que por ella muero y ardo, la red quise romper; ¡qué desvarío!, pues más me enredo mientras más me guardo.

"El llanto" por Alfonso Reyes

Al declinar la tarde, se acercan los amigos; pero la vocecita no deja de llorar. Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos, pero sigue cayendo la gota de pesar. No sabemos de donde viene la vocecita; registramos la granja, el establo, el pajar. El campo en la tibieza del blando sol dormita, pero la vocecita no deja de llorar. ¡La noria que chirría! dicen los más agudos pero ¡si aquí no hay norias! ¡que cosa tan singular! se contemplan atónitos, se van quedando mudos porque la vocecita no deja de llorar. Ya es franca desazón lo que antes era risa y se adueña de todos un vago malestar, y todos se despiden y se escapan de prisa, porque la vocecita no deja de llorar. Cuando llega la noche, ya el cielo es un sollozo y hasta finge un sollozo la leña del hogar. A solas, sin hablarnos, lloramos un embozo, pero la vocecita no deja de llorar.

"Reto" por Julio Flórez

Imagen creada por David Durall Si porque a tus plantas ruedo como un ilota rendido, y una mirada te pido con temor, casi con miedo; si porque ante ti me quedo extático de emoción, piensas que mi corazón se va en mi pecho a romper y que por siempre he de ser esclavo de mi pasión; ¡te equivocas, te equivocas!, fresco y fragante capullo, yo quebrantaré tu orgullo como el minero las rocas. Si a la lucha me provocas, dispuesto estoy a luchar; tú eres espuma, yo mar que en sus cóleras confía; me haces llorar; pero un día yo también te haré llorar. Y entonces, cuando rendida ofrezcas toda tu vida perdón pidiendo a mis pies, como mi cólera es infinita en sus excesos, ¿sabes tú lo que haré en esos momentos de indignación? ¡Arrancarte el corazón para comérmelo a besos!

"Así" por Alfonsina Storni

Hice el libro así: Gimiendo, llorando, soñando, ay de mí.                Mariposa triste, leona cruel, Di luces y sombra todo en una vez. Cuando fui leona nunca recordé Cómo pude un día mariposa ser. Cuando mariposa jamás me pensé Que pudiera un día zarpar o morder.                Encogida a ratos y a saltos después Sangraron mi vida y a sangre maté. Sé que, ya paloma, pesado ciprés. O mata florida, lloré y más lloré. Ya probando sales, ya probando miel, Los ojos lloraron a más no poder. Da entonces lo mismo, que lo he visto bien, Ser rosa o espina, ser néctar o hiel.                Así voy a curvas con mi mala sed Podando jardines de todo jaez.

Invierno II de "Miserable"

Sarcófago etrusco (S. III a.n.e.)  En tu cuerpo duermo esta noche,  Apilado sobre tu carne, abrigado Sintiendo tu calor, tus formas Siento tus rosados labios  que me arrancan la boca. Siento que me quiebro, me rearmo, entre tus piernas, entre tu musculatura. Despojado de ropa entre tus brazos, sintiendo cada una de tus partes. Tus manos me recorren, me conocen. Tus ojos destellan un color claro. Ilumina el cuarto nuestro fuego, Y. sin embargo, estamos tan quietos... Ahora susurro palabras a tu oído, balbuceo deseos no descritos y escucho el quebrar de mis venas, (aún no puedo creer que estés aquí conmigo). Y rompiendo las murallas, entre sábanas, los espíritus se encienden en la noche y el ajenjo de Eros gira dentro nuestro. ¡Cuánta belleza, ardemos por dentro, entre brillos de lava y aromas de incienso! Llenan el aire los gemidos pasionales y afuera los fantasmas giran en círculo, consagrando este momento único. Y mientras, por las ventanas empañadas repetimos el sagrado...

"La loba" por Alfonsina Storni

"Chica frente un espejo" de Pablo Picasso (1932) Yo soy como la loba. Quebré con el rebaño Y me fui a la montaña Fatigada del llano. Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley, Que no pude ser como las otras, casta de buey Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza! Yo quiero con mis manos apartar la maleza. Mirad cómo se ríen y cómo me señalan Porque lo digo así: (Las ovejitas balan Porque ven que una loba ha entrado en el corral Y saben que las lobas vienen del matorral). ¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño! No temáis a la loba, ella no os hará daño. Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos ¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos! No os robará la loba al pastor, no os inquietéis; Yo sé que alguien lo dijo y vosotras lo creéis Pero sin fundamento, que no sabe robar Esa loba; ¡sus dientes son armas de matar! Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta De ver cómo al llegar el rebaño se asusta, Y cómo disimula con risas su temor Bosquejando en el...

"Oda al viento"

Viento, llevas en tu vuelo el canto de los mares, el susurro de los bosques, el murmullo de los ríos. Viento, eres el mensajero de las voces olvidadas, de los pensamientos perdidos, de las esperanzas rotas en el eco del tiempo. Viento, moldeas la piedra con tus manos invisibles, despiertas las flores dormidas, agitas las hojas caídas. Viento, eres el espíritu libre que recorre el mundo sin descanso. Que lleva consigo los perfumes de la vida. Que esparce las semillas del tiempo. Acaríciame, roza tu mano generosa por mi pelo. Déjame soñar que me elevas en tu vuelo. Como fuerza atemporal, me liberas de mi mortalidad. Como poder invisible, me envuelve y protege tu bondad.

"Peso ancestral" por Alfonsina Storni

Tú me dijiste: no lloró mi padre; tú me dijiste: no lloró mi abuelo; no han llorado los hombres de mi raza, eran de acero. Así diciendo te brotó una lágrima y me cayó en la boca; más veneno yo no he bebido nunca en otro vaso así pequeño. Débil mujer, pobre mujer que entiende, dolor de siglos conocí al beberlo. Oh, el alma mía soportar no puede todo su peso.

"A mi madre" por Rosalía de Castro

I. ¡Ay!, cuando los hijos mueren, rosas tempranas de abril, de la madre el tierno llanto vela su eterno dormir. Ni van solos a la tumba, ¡ay!, que el eterno sufrir de la madre, sigue al hijo a las regiones sin fin. Mas cuando muere una madre, único amor que hay aquí; ¡ay!, cuando una madre muere, debiera un hijo morir. II. Yo tuve una dulce madre, concediéramela el cielo, más tierna que la ternura, más ángel que mi ángel bueno. En su regazo amoroso, sonaba… ¡sueño quimérico! dejar esta ingrata vida al blando son de sus rezos. Mas la dulce madre mía, sintió el corazón enfermo, ternura y dolores, ¡ay!, derritióse en su pecho. Pronto las tristes campanas dieron al viento sus ecos; murióse la madre mía; sentí rasgarse mi seno. La virgen de las Mercedes, estaba junto a mi lecho… Tengo otra madre en lo alto… ¡por eso yo no me he muerto!

"La muerte del mar" por Gabriela Mistral

Fragmento de "Las tres edades de la mujer" de Gustav Klimt (1905) El mar sus millares de olas mece, divino. Oyendo a los mares amantes, mezo a mi niño. El viento errabundo en la noche mece los trigos. Oyendo a los vientos amantes, mezo a mi niño. Dios Padre sus miles de mundos mece sin ruido. Sintiendo su mano en la sombra, mezo a mi niño.

"Llagas de amor" por Federico García Lorca

Esta luz, este fuego que devora. Este paisaje gris que me rodea. Este dolor por una sola idea. Esta angustia de cielo, mundo y hora. Este llanto de sangre que decora lira sin pulso ya, lúbrica tea. Este peso del mar que me golpea. Este alacrán que por mi pecho mora. Son guirnalda de amor, cama de herido, donde sin sueño, sueño tu presencia entre las ruinas de mi pecho hundido. Y aunque busco la cumbre de prudencia me da tu corazón valle tendido con cicuta y pasión de amarga ciencia.

"Niña" por Octavio Paz

  A Laura Elena Nombras el árbol, niña. Y el árbol crece, lento, alto deslumbramiento, hasta volvernos verde la mirada. Nombras el cielo, niña. Y las nubes pelean con el viento y el espacio se vuelve un transparente campo de batalla. Nombras el agua, niña. Y el agua brota, no sé dónde, brilla en las hojas, habla entre las piedras y en húmedos vapores nos convierte. No dices nada, niña. Y la ola amarilla, la marea de sol, en su cresta nos alza, en los cuatro horizontes nos dispersa y nos devuelve, intactos, en el centro del día, a ser nosotros.

"El oso, la mona y el cerdo" por Tomás de Iriarte

Un oso, con que la vida se ganaba un piamontés,  la no muy bien aprendida danza ensayaba en dos pies.   Queriendo hacer de persona, dijo a una mona: «¿Qué tal?»  Era perita la mona, y respondióle: «Muy mal».  «Yo creo», replicó el oso, «que me haces poco favor.  Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso? ¿no hago el paso con primor?».  Estaba el cerdo presente, y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!  Bailarín más excelente no se ha visto, ni verá!».   Echó el oso, al oír esto, sus cuentas allá entre sí,  y con ademán modesto hubo de exclamar así:  «Cuando me desaprobaba la mona, llegué a dudar;  mas ya que el cerdo me alaba, muy mal debo de bailar».  Guarde para su regalo esta sentencia el autor:  si el sabio no aprueba, ¡malo! si el necio aplaude, ¡peor! 

"El león" por Alfonsina Storni

Entre barrotes negros, la dorada melena Paseas lentamente, y te tiendes por fin Descansando los tristes ojos sobre la arena Que brilla en los angostos senderos del jardín. Bajo el sol de la tarde te has quedado sereno Y ante tus ojos pasa, fresca y primaveral, La niña de quince años con su esponjado seno: ¿sueñas echarle garras, oh goloso animal? Miro tus grandes uñas, inútiles y corvas, Se abren tus fauces; veo el inútil molar, E inútiles como ellos van tus miradas torvas A morir en el hombre que te viene a mirar. El hombre que te mira tiene las manos finas, Tiene los ojos fijos y claros como tú. Se sonríe al mirarte. Tiene las manos finas, León, los ojos tiene como los tienes tú. Un día, suavemente, con sus corteses modos Hizo el hombre la jaula para encerrarte allí, Y ahora te contempla, apoyado en los codos, Sobre el hierro prudente que los aparta de ti. No cede. Bien los sabes. Diez veces en un día Tu cuerpo contra el hierro carcelario se fue: Diez veces contra el hierro fue inúti...

"Rostro de vos" por Mario Benedetti

Tengo una soledad tan concurrida tan llena de nostalgias y de rostros de vos de adioses hace tiempo y besos bienvenidos de primeras de cambio y de último vagón. Tengo una soledad tan concurrida que puedo organizarla como una procesión por colores tamaños y promesas por época por tacto y por sabor. Sin un temblor de más, me abrazo a tus ausencias que asisten y me asisten con mi rostro de vos. Estoy lleno de sombras de noches y deseos de risas y de alguna maldición. Mis huéspedes concurren, concurren como sueños con sus rencores nuevos su falta de candor. Yo les pongo una escoba tras la puerta porque quiero estar solo con mi rostro de vos. Pero el rostro de vos mira a otra parte con sus ojos de amor que ya no aman como víveres que buscan a su hambre miran y miran y apagan la jornada. Las paredes se van queda la noche las nostalgias se van no queda nada. Ya mi rostro de vos cierra los ojos. Y es una soledad tan desolada.

"A capella" por Marilina Ross

A veces quisiera que no me do lieran cosas que yo sé que no puedo evitar. A veces quisiera que no fueran ciertas las trampas que, intuyo, nos van a atrapar. A veces quisiera ser extraterrestre, para no ser cómplice de esta humanidad. Pero soy un chino que lo aplasta un tanque... y soy el soldado que en el tanque va... y soy dos mellizos temblando de miedo frente a la mentira y frente a la verdad... Y soy esa madre que regala un hijo... y soy esa otra, que lo va a criar saqueando mercados, blandiendo una bolsa, última defensa de su integridad... Y soy el político que sé que me miente, y soy el sirviente del F.M.I., soy el periodista que más me divierte, soy el presidente, que adelanta el fin... Y soy la impotencia, la angustia, la nada, soy una mirada que no aguanta ver... A veces quisiera que no me doliera pero no soy sabia... qué le voy a hacer.

José Ángel Buesa

"Carta a usted" Señora; según dicen, ya tiene usted otro amante. Lástima que la prisa nunca sea elegante... Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa se resigne a ser viuda, sin haber sido esposa. Y me parece injusto discutirle el derecho de compartir sus penas, sus gozos y su lecho; pero el amor, señora, cuando llega el olvido también tiene el derecho de un final distinguido. Perdón, si es que la hiere mi reproche, perdón, aunque sé que la herida no es en el corazón... Y, para perdonarme, piense si hay más despecho en lo que yo le digo que en lo que usted ha hecho; pues sepa que una dama con la espalda desnuda, sin luto, en una fiesta, puede ser una viuda, pero no, como tantas, de un difunto señor, sino, para ella sola; viuda de un gran amor. Y nuestro amor, recuerdo, fue un amor diferente, (al menos al principio, ya no, naturalmente). Usted era el crepúsculo a la orilla del mar, que, según quien la mire, será hermoso o vulgar. Usted era la flor que, según quien la co...