Cuenta Apolonio de Rodas que Hermes tuvo un hijo a quien le
confió una vara de mágicos poderes: Etálides. Gracias a ella, por más que pisaba el Hades, las aguas de
Lete no lo hacían olvidar y tenía, además de vivir estancias entre muertos y
vivos, la maravillosa capacidad de recordar imperecederamente cada momento… y
cada vida.
Etálides es, para el Helenismo, una puerta a la reencarnación.
Pues es el único que, siendo mortal, recordaba cada muerte y cada vida como una
sucesión.
No es la única puerta que mira a Oriente. Recordemos que Dionisio
pasa un período de su transformación en la India lo suficientemente extenso
como para ser considerado un “dios extranjero” para el panteonismo, pero no
sobrevive una evidencia firme que permita reconocer en Él el culto de Oriente.
Etálides sí que, en cambio, nos lleva al Este. Si pensamos
en la triología Zeus-Poseidón-Hades, el mundo se dividió en tres dominios
claros: el cielo, el inframundo y el mar. En un mismo período histórico el Rigveda
postulaba a Indra-Agni-Soma como dioses del cielo, el fuego y la luna respectivamente.
El budismo también discurre con cierto paralelismo al panteísmo
griego. Esta conexión no es arbitraria ni imaginada, el grecobudismo fue un
producto histórico de ocho siglos de vida y se extendió por extensas zonas de
Asia central.
Evidentemente, el hinduismo traza similitudes
extraordinarias -sobre todo antes de ser abrazado por la corriente Upanishad- con
el Helenismo. La simbología de Zeus y la de Indra transcurren paralelas. Ambos
son el Señor de los Cielos, ambos son representados por el águila, ambos beben
un néctar que los fortalece, ambrosía o soma. Y, para volver al comienzo, ambos
tienen como hijo a un mensajero Hermes/Sarma.
Lógicamente la religión comparada es mucho compleja y laboriosa
de analizar que lo que estos párrafos pretenden, pero nuestra intención es únicamente
anunciar una puerta de embarque de Hellás
a Bhārat.
El hinduismo sufrió una enorme transformación filosófica con
los Upanishads que probablemente el helenismo también hubiera alcanzado de haber
sobrevivido lo suficiente como para adentrarse en la ahimsa -no violencia- de no haber sufrido un sometimiento militar tan
basto por parte de sus vecinos.
Pero no ocurrió: el final del helenismo sentenciado por
Constantino hasta su completa prohibición en manos de Justiniano, permanece
bien documentado. El final lo trazó una cruz. Pero, como Etálides, siempre hay
un nuevo comienzo.
Los orígenes de la religión que profesaría la Grecia clásica,
nos conectan con Oriente.