La dialéctica divina que describe García Gual (1979) entre Zeus y Prometeo
resulta interesante: a la hora de ofrecer sacrificios, Prometeo, de infinita astucia, se guarda
la carne y le ofrece los huesos y la grasa a Zeus mientras que el Cronida
oculta el fuego para la humanidad. Prometeo engaña a los dioses, robando el
fuego para el Hombre y los dioses engañan al Hombre creando a Pandora. Una vez
más, es la obra de Hesíodo la que habla de regalos envenenados y que presenta a
Prometeo como un titán que causa perjurio a la humanidad con su osadía.
Sin embargo, Protágoras no comparte esa visión de Prometeo. No menciona
palabra alguna sobe el mal que causa al Hombre y ni siquiera parece creer en la
figura de Pandora. Por el contrario, afirma que la obra de Prometeo sólo
acarrea beneficios para nuestra especie.
Pareciera entonces que hay dos versiones de Prometeo que configuran su
papel dual de malhechor-benefactor. Por ello no merece la pena celebrar a quien nos
dio el fuego, porque también causó una enorme debacle.
Esquilo nos demuestra en “Prometeo encadenado” que esta dualidad que
extraemos de la obra de Hesíodo y Protágoras no resulta esencial para abordar al
titán y nos plantea un tercer perfil: un Prometeo terco y necio, que aborrece a
los dioses y que, sin embargo, no logrará escapar de sus designios.
El único elemento común a los tres perfiles de Prometeo es su condena y la
obra de Esquilo la utiliza como eje argumental. La condena como un grito de
furia insurrecto hacia las injusticias que nos atrapan y nos hunden aunque,
finalmente, el Japetiónida acabe siendo liberado por Heracles.
Son tres “Prometeos” para un mismo condenado. ¿Qué significado esconde?
¿Por qué resulta tan importante subrayar el castigo a su osadía de robar el
fuego para el Hombre?
Prometeo encarna el riesgo de vulnerar las
normas y la inexorabilidad del destino. Esquilo dice que Zeus “estableció que “el
aprender por el sufrimiento” rigiera como ley”.
Según Protágoras, Zeus representa ese orden y también
es de las pocas deidades que incide directamente en el destino. Ambas ataduras,
destino y norma, son precisamente las que Prometeo desafía de manera continua.
Genealógicamente Prometeo y su hijo, Deucalión, son los antecesores de los
helenos. Esto es importante porque si Prometeo aborrecía a los doce, entonces
los griegos son hijos de este desprecio. ¿Lo sentían así la generación nacida
de las piedras?
Pero volvamos al destino y a las normas de dios. Protágoras
describe a la moral y a la ética como regalos con los que Zeus vistió a los
hombres. Pero en esta interpretación nos juegan 1500 años en contra, no
reemplacemos la moral cristiana por la areté
panteísta.
Desafiar la norma y querer vulnerar el destino,
escapando de la dupla hybris-némesis, es una constante en varios relatos de la
antigüedad. ¿Por qué? Ícaro, Tántalo o Sísifo son ejemplos de lo mismo. Es el
mismo espíritu desafiante, variantes de Prometeo, que nos lleva a la destrucción
o al castigo.
Prometeo esconde un dilema moral pero no
religioso: para los clásicos norma y destino se entrelazaban en una misma
suerte ¿tú crees que todavía lo hacen hoy?
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