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Iaso, la recuperación de las enfermedades

Iaso es una figura menos conocida pero significativa entre los hijos de Zeus. Asociada con la curación y la salud, Iaso es, según algunas fuentes, hija de Zeus y de Epíone, cuyo nombre significa "la suave" o "la calmante", diosa y madre vinculada a la curación del dolor y el sufrimiento físico. Al estar relacionada con el ámbito de la medicina y la sanación, se la considera, en ciertas tradiciones, una de las hijas de Asclepio, el dios de la medicina.

Iaso representaba, en un sentido específico, el acto de la curación en proceso y aunque no protagoniza grandes relatos épicos o hazañas legendarias, es mencionada en varias fuentes antiguas en el contexto de la medicina. Por ejemplo, en el poema épico "Los Oráculos Caldeos", se la menciona como uno de los espíritus o deidades benévolas que presiden sobre la salud, invocada en tiempos de enfermedad junto con sus hermanas y padres. Asimismo, se le nombra en algunos himnos y oraciones, en las que los fieles pedían su intervención en tiempos de pestilencia o dolor, convirtiéndose en una presencia espiritual indispensable para quienes requerían consuelo y restauración.

La idea de usar la sangre de animales para recuperarse de enfermedades o mejorar la salud tiene sus raíces en la antigüedad, donde la sangre se consideraba una fuente de vida y energía vital. Desde los sacrificios rituales en las culturas antiguas hasta los experimentos médicos del Renacimiento, las transfusiones de sangre animal reflejan un fascinante, aunque a menudo peligroso, capítulo de la historia médica.

En muchas civilizaciones antiguas, la sangre animal era vista como un elemento sagrado y poderoso. Los sacrificios de animales a los dioses tenían múltiples propósitos, desde propiciar deidades hasta buscar sanación. Los antiguos egipcios creían que la sangre tenía propiedades purificadoras y la utilizaban en rituales para invocar el favor de los dioses o curar enfermedades. En el mundo grecorromano, la sangre de los sacrificios era considerada un símbolo de renovación y fuerza. En algunos rituales, los participantes podían beber sangre animal o cubrirse con ella para recibir su energía vital. En estas prácticas, el acto de "transferir" la vida de un animal al ser humano mediante el sacrificio o la ingestión de su sangre marcó un antecedente simbólico de las transfusiones de sangre animal posteriores.

Con el Renacimiento y el redescubrimiento de la anatomía y la fisiología, la sangre comenzó a ser estudiada desde un punto de vista más experimental. En el siglo XVII, científicos y médicos europeos comenzaron a explorar las transfusiones de sangre animal como una posible cura para enfermedades humanas.

Jean-Baptiste Denis, médico de Luis XIV, es conocido por realizar una de las primeras transfusiones documentadas de sangre animal a un ser humano. En 1667, transfirió sangre de cordero a un joven que padecía fiebre alta, basándose en la creencia de que la sangre de este animal inocente y "pura" podía calmar y curar al paciente.

Aunque el joven sobrevivió inicialmente, experimentos posteriores tuvieron resultados desastrosos, con muchos pacientes sufriendo reacciones graves e incluso la muerte. Esto se debía a que la ciencia de la compatibilidad sanguínea, como los grupos sanguíneos, era completamente desconocida.

Los médicos de la época creían que la sangre de animales poseía cualidades únicas que podían transferirse al receptor: Corderos: Se pensaba que su sangre transmitía calma y pureza. Toros: Su sangre era asociada con la fuerza y la vitalidad. Perros: En algunos casos, se usaba la sangre de perros jóvenes, creyendo que otorgaba agilidad y energía. Esta idea estaba enraizada en la teoría de los humores y en la visión de que las propiedades de los animales podían ser "heredadas" por los humanos a través de su sangre.

A finales del siglo XVII, los problemas y riesgos asociados con las transfusiones de sangre animal llevaron a que se abandonara esta práctica en gran medida. En primer lugar, las reacciones fatales, muchas transfusiones provocaban fiebre, dolor intenso, coágulos y muerte, debido a la incompatibilidad entre la sangre humana y la animal. A ello se le sumaron las paulatinas prohibiciones legales, en 1670, la Facultad de Medicina de París prohibió oficialmente las transfusiones de sangre, declarando la práctica peligrosa y sin base científica sólida. Lo que ocurría era que había una falta de comprensión científica, dado que hasta principios del siglo XX, cuando Karl Landsteiner descubrió los grupos sanguíneos, no se comprendía la importancia de la compatibilidad sanguínea en las transfusiones.

A medida que avanzó la medicina, las transfusiones de sangre animal fueron reemplazadas por transfusiones humanas, especialmente después de que Landsteiner demostrara cómo las diferencias entre los tipos de sangre podían evitar reacciones fatales.

Aunque las transfusiones de sangre animal en el Renacimiento y la Edad Moderna tenían un enfoque médico, el simbolismo subyacente de "transmitir vida" o "purificar el cuerpo" tiene claras raíces en los sacrificios antiguos. Así como los griegos ofrecían sangre animal a los dioses en busca de curación, los médicos del siglo XVII buscaban en la sangre animal una esencia que pudiera salvar vidas humanas.

Sin embargo, la diferencia clave radica en la evolución del conocimiento. Mientras que los sacrificios antiguos eran rituales simbólicos y espirituales, las transfusiones del Renacimiento pretendían ser prácticas médicas basadas en experimentación, aunque con una comprensión limitada de la biología humana. Estas transfusiones, aunque ahora consideradas un error médico, fueron un paso importante hacia la comprensión de la sangre y su papel en la salud humana. Su legado nos recuerda la importancia de cuestionar, investigar y avanzar en nuestra búsqueda de curas más seguras y efectivas.

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