Labra Artemisa el grande mausoleo,
que los altos pirámides afrenta
del egipcio soberbio, y no contenta
busca a su ilustre fe mayor trofeo.
Del tierno y casto pecho en nuevo empleo
hacer sepulcro al muerto esposo intenta,
cuyas cenizas, de su amor sedienta,
bebe con ansias de inmortal deseo.
«Mal podrá, dice, la enemiga muerte
de ti, dulce Mauseolo, dividirme,
ni en largo olvido sepultar tu gloria.
Que de su injuria basta a defenderme
mi pecho, más que el bronce y mármol firme,
y eternizar mi amor y su memoria.»
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