Considerando su origen, probablemente Erimanto es una figura epónima que representa el monte o el río del mismo nombre en Arcadia. Aunque no tenemos todas las piezas para recomponer su origen, algunas tradiciones lo considera hijo de Apolo y dicha filiación le aporta un inigualable prestigio.
Las fuentes antiguas no mencionan quién fue la madre de Erimanto. Su genealogía es incierta, y aunque lo consideraran hijo de Apolo, no se conserva ningún relato que indique quién pudo haber sido su madre. Es probable que el relato ha llegado a nosotros fragmentado, podría haber existido una versión más completa en la que su madre fuese mencionada.
Según Higino, la diosa del amor, después de haber yacido con Adonis, se sumergió en un arroyo. Al salir, fue sorprendida por la mirada de Erimanto. No está claro si él la había seguido por deseo o si fue víctima de una casualidad cruel. Sin embargo, la vergüenza y la furia de Afrodita fueron inmediatas. No podía tolerar que un mortal la viera en un estado tan vulnerable. Como castigo, lo privó de la vista, arrebatándole la luz y sumiéndolo en la oscuridad perpetua. Esta historia se asemeja a la de Acteón con Artemisa.
El dolor de Erimanto debió de ser inmenso, pero no mayor que la ira de su padre. Apolo, protector de la juventud y señor de la luz, no podía permitir que su propio hijo fuese castigado de tal manera. Aunque la diosa del amor es una de las deidades más poderosas del Olimpo, Apolo encontró el modo de devolverle el golpe.
En una historia que se entrelaza con este relato, algunos dijeron que fue Apolo quien, para vengar a su hijo, envió el jabalí que daría muerte a Adonis, el joven amante de Afrodita. Esta versión, menos difundida que la que acusa a Ares de haber actuado por celos, presenta una perspectiva distinta sobre el destino trágico de Adonis. Si Afrodita había condenado a su hijo, entonces Apolo le arrebataría a quien más amaba.
Más allá de esta conexión con la historia de Adonis, poco se sabe de Erimanto. No se le atribuyen hazañas ni descendientes. Su nombre quedó ligado a su castigo, como un recordatorio de que ni siquiera los dioses están exentos de la venganza y de que, en el mundo de lo divino, una mirada puede cambiar un destino.
Su recuerdo, sin embargo, pervive en el monte y el río que llevan su nombre en Arcadia, como si la tierra misma hubiese guardado su historia cuando los poetas dejaron de contarla.
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