"Endimión y la Luna" por Domingo Álvarez Enciso (Segunda mitad del S. XVIII)
Endimión, célebre por su incomparable belleza, fue un joven pastor o rey, según distintas versiones, que atrajo la atención de varias divinidades. En las fuentes antiguas, su historia aparece vinculada tanto a Selene, la diosa de la Luna, como a Artemisa, la diosa de la caza y de los espacios silvestres. La relación entre Artemisa y Endimión ha sido objeto de distintas interpretaciones, oscilando entre el amor, la admiración y el favor divino.
Pausanias, en su "Descripción de Grecia", menciona a Endimión como un rey de Elis que fue el padre de Peón, Epéio y Etolo, y señala que se le concedió el don de elegir su destino. Según esta tradición, Endimión escogió un sueño perpetuo para conservar su juventud y belleza inalteradas. Esta idea de un reposo eterno ha sido interpretada como un favor divino, lo que llevó a vincularlo con Artemisa, quien, según algunas versiones, visitaba a Endimión cada noche para contemplarlo en su letargo.
Otras fuentes, como Luciano, presentan la historia desde la perspectiva de Selene, la diosa lunar, quien se enamoró del joven dormido y descendía cada noche para observarlo y, en algunas versiones, unirse a él. Sin embargo, en algunos relatos más tardíos, la figura de Artemisa parece fundirse con la de Selene, o incluso sustituirla, convirtiéndose en la deidad que otorga a Endimión su sueño inmortal.
El lugar donde Endimión yacía dormido varía según las tradiciones. Según Pausanias , se creía que su descanso eterno tenía lugar en el monte Lárisa, en Elis, mientras que otras versiones lo ubican en una cueva del monte Latmos, en Caria. En este último lugar, el poeta Licofrón alude a su descanso como un misterio sagrado vinculado a la noche y la luna, lo que pudo haber contribuido a la asociación entre Artemisa, diosa de la noche y los astros, y el joven pastor.
La circunstancia de que Endimión esté dormido, es crucial para de que la virginidad de Artemisa no se ve alterada por su deseo, dado que él nunca percibe su presencia. La Luna ha sido un testigo silencioso de innumerables noches a lo largo de la historia, observando desde lo alto con su luz plateada. En diversas culturas alrededor del mundo, la Luna ha sido vista como una figura mística y omnipresente, testigo de los secretos y misterios de la noche.
Selene, la diosa de la Luna, cruzaba el cielo nocturno en su carro de plata, observando todo desde arriba. Los antiguos egipcios asociaban la Luna con la diosa Isis, cuyas lágrimas llenaban el rio Nilo. En la China ancestral, la diosa de la Luna, Chang'e, vivía allí después de haber bebido el elixir de la inmortalidad, y era un símbolo de gracia y belleza.
En Mesoamérica, los mayas y aztecas consideraban a la Luna una deidad importante, vinculada al tiempo y los ciclos agrícolas. Estas culturas, al igual que muchas otras, veían a la Luna como una presencia constante y silenciosa, testigo de los eventos nocturnos y de los ritmos naturales de la vida en la Tierra. Así, a través de las edades y las culturas, la Luna ha sido una figura de inspiración, un faro en la oscuridad y una testigo eterna de la vida y los misterios de la noche.
De cualquier modo, Artemisa, como los dioses griegos, en general, podían presentarse a los mortales en formas humanas o adoptar diversas apariencias para interactuar con ellos sin revelar su verdadera identidad. Ya sea Artemisa o Selene la que lo amó, lo cierto es que su historia quedó inmortalizada en la literatura y el arte, como símbolo de un amor inmutable e inalcanzable, preservado en el tiempo por el velo del sueño eterno.
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