El exilio de Apolo y su castigo divino es un episodio revelador sobre la relación entre los dioses y las normas que rigen su existencia. Aunque Apolo es un dios poderoso, hijo de Zeus y Leto, no estuvo exento de enfrentar castigos cuando transgredió los límites impuestos por los dioses mayores.
Cuando hablamos de los hijos de los Olímpicos -y Apolo es uno de ellos- podemos reconocer en esa cuarta generación a una característica común: la pérdida de poder con respecto a sus antecesores. Es una cuestión estratégica, la forma en la que Zeus se asegura la perpetuidad de su dominio es limitando el poder que puedan alcanzar sus hijos. De esa manera, algunos son aniquilados cuando irrumpen en el orden cósmico -como Dioniso-; mientras que otros quedan subyugados a su figura -como Atenea o Apolo- o por sus funciones -Hermes, Deméter, o Hestia-. Por último, algunos ya nacen con sus propias limitaciones como Hefesto.
Uno de los castigos más conocidos de Apolo ocurrió tras la muerte de su hijo Asclepio, el prodigioso sanador que desafió el equilibrio de la muerte al resucitar a los muertos con su arte. Zeus, viendo en esto una amenaza al orden cósmico, fulminó a Asclepio con su rayo. Enfurecido por la pérdida de su hijo, Apolo decidió tomar represalias y mató a los cíclopes, los herreros divinos que forjaban los rayos de Zeus.
Este episodio se relaciona con la historia del rey Admeto de Feras y su esposa Alcestis, y aparece principalmente en la tragedia "Alcestis" de Eurípides, así como en la "Biblioteca" de Apolodoro. La clave de este relato es el favor especial que Apolo consiguió para Admeto gracias a su intervención con las Moiras, las diosas del destino.
Apolo logró persuadir a las Moiras para que le otorgaran a Admeto la posibilidad de evitar su muerte prematura si otra persona aceptaba morir en su lugar. Esto es importante porque las Moiras son las encargadas de tejer el destino, y una vez que fijaban la duración de una vida, ni siquiera los Olímpicos podían cambiarlo fácilmente. Sin embargo, Apolo, con su astucia y persuasión, logró modificar el destino de Admeto sin anular su mortalidad. No le dio inmortalidad ni lo hizo invulnerable, sino que le permitió encontrar un sustituto para su muerte, lo cual era un privilegio inusual para un mortal.
Tiempo después, cuando el momento de la muerte de Admeto llegó, nadie en su reino quiso ocupar su lugar, ni sus amigos ni sus súbditos. Sin embargo, su esposa, Alcestis, por amor y lealtad, decidió ofrecer su vida para que su esposo pudiera seguir viviendo. Así, ella murió en su lugar, cumpliendo con el pacto hecho con las Moiras.
Más tarde, Alcestis fue rescatada del Inframundo por Heracles, quien, con su fuerza y valentía, luchó contra la Muerte -Tánatos- y la devolvió al mundo de los vivos. Este desenlace resalta la idea del sacrificio y la devoción conyugal, además de mostrar cómo el destino, aunque fijado, puede ser alterado en circunstancias excepcionales con la intervención de dioses y héroes.
El destierro de Apolo no solo refleja la estructura jerárquica dentro de los dioses, donde ni siquiera un olímpico puede desafiar impunemente a Zeus, sino que también humaniza a Febo, mostrando su capacidad de adaptación, su generosidad y su resiliencia.
La historia, sin embargo, revierte en muchos episodios el orden natural que ofrece el dodecateísmo: dioses de primera generación que ceden a los pedidos de la cuarta, héroes que entran y salen del Hades a sus anchas, muertos que resucitan; toda la resolución del conflicto en torno al rey Admeto de Feras parece poner patas arriba el orden cósmico.
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