Los Telquines eran seres antiguos, conocidos por su dominio sobre la metalurgia y su vinculación con las fuerzas primordiales del mar y la tormenta. Su origen variaba según las tradiciones, pero generalmente se les consideraba hijos de Ponto y Talasa o de otras deidades marinas. Talasa es una diosa primordial, personificación del mar, especialmente el mar Mediterráneo. Es hija de Éter -el cielo- y Hemera -el día-. Talasa es la contrapartida femenina de Ponto, el dios del mar y las olas en los textos hesiódicos. Esto nivela a los Telquines como hijos de la primera generación de dioses, una generación de una enorme fuerza, caótica e indomable. Los Telquines heredan, como los Hecatónquiros, la capacidad de incidir en los elementos de manera destructiva.
El enfrentamiento entre Apolo y los Telquines surgió cuando estos comenzaron a emplear sus conocimientos no solo para forjar metales, sino para esparcir pestes y desgracias sobre la humanidad. Se decía que envidiaban el orden que los dioses olímpicos establecían y que sus rituales corrompían el equilibrio natural. Algunas versiones afirman que llegaron a desafiar el poder de Apolo, envidiando su luz y su dominio sobre la armonía, la profecía y la música. Al ver la amenaza que representaban, Apolo decidió castigarlos.
En un acto de ira divina, Apolo descendió con su arco resplandeciente, desatando su furia sobre los Telquines. No fue una batalla convencional, pues los demoníacos herreros eran resistentes y astutos, pero el dios, con su poder solar, los aniquiló de diversas maneras según el relato. Algunos textos afirman que utilizó su arco dorado para disparar flechas letales, mientras que otros sostienen que no necesitó armas, pues su luz ardiente los consumió y los redujo a cenizas. En una variante, no los mató directamente, sino que provocó un diluvio que sumergió la isla de Rodas, acabando con la mayoría de ellos.
Pese a su poder, algunos Telquines lograron escapar o transformarse. Se decía que ciertas deidades marinas, como Poseidón o incluso Rea, tuvieron compasión de ellos y les concedieron formas nuevas, como la de peces o demonios errantes en el mar. No obstante, su influencia y poder quedaron reducidos, y su recuerdo pasó a formar parte de los relatos de tiempos oscuros previos al dominio olímpico.
Los telquines son descritos en algunas versiones como seres envidiosos y destructivos que contaminaron la tierra con sus artes oscuras. Apolo, como portador de la pureza y la luz, los extermina para restaurar la armonía en el mundo. Este episodio puede interpretarse como un acto de purificación, similar a otras acciones de Apolo donde elimina elementos corruptos para preservar el orden sagrado.
El enfrentamiento entre Apolo y los Telquines no solo simboliza la lucha entre la barbarie y la civilización, es también la oposición entre el orden divino y los antiguos poderes primordiales que, aunque hábiles y antiguos, no tenían cabida en la visión armoniosa del Cosmos establecida por los dioses olímpicos. Este enfrentamiento trasciende la narrativa y se convierte en un arquetipo universal: la eterna lucha entre la luz y la oscuridad, el conocimiento y la ignorancia, el cosmos y el caos. Es un episodio que resuena en muchas y muy variadas civilizaciones, lo divino ordena el mundo a través de la destrucción de lo incontrolable.
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