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Diómedes

 

I. Diómedes

Diómedes, rey de los bistones en Tracia, pertenecía a un linaje marcado por la guerra y la ferocidad. Según el pseudo-Apolodoro en su “Biblioteca”, era hijo de Ares, dios de la guerra, y de Cirene, ninfa cazadora e hija del rey lapita Hipseo. Esta doble herencia -guerrera e indómita- explica su naturaleza violenta y su dominio sobre una región fronteriza y belicosa como Tracia. Como señala Diodoro Sículo en su “Biblioteca Histórica” , Diómedes "heredó de su padre el carácter belicoso y de su madre el conocimiento de los territorios agrestes".

En cuanto a su matrimonio y descendencia, las fuentes son más escasas, pero Pausanias menciona que tuvo varios hijos que continuaron su línea guerrera, aunque ninguno alcanzó la notoriedad de su padre. La tradición órfica, recogida en algunos fragmentos, sugiere que su esposa pudo haber sido una princesa tracia cuyo nombre se ha perdido, consolidando así su poder entre los bistones a través de alianzas locales. Su corte en Tirida, la capital Bistonia, era conocida por su carácter militar y la lealtad feroz de sus seguidores.

Bistonia toma su nombre de Bistón, hijo de Ares, considerado el fundador epónimo de esta región, situada en la costa norte del mar Egeo, en lo que hoy sería parte de Grecia y Bulgaria. La zona era conocida por su carácter belicoso y por estar asociada a tribus guerreras.

La región está vinculada al mundo de las Amazonas, ya que algunas fuentes sitúan su territorio en las cercanías de esta región. El culto a Ares era fuerte allí, y se cree que las prácticas guerreras de los bistonios reflejaban esa influencia divina.

II. La recuperación de Alcestis

El siguiente episodio, inmortalizado en la tragedia "Alcestis" de Eurípides (438 a.n.e.), muestra a un Heracles como salvador y amigo. Admeto, rey de Feras, estaba condenado a morir, pero las Moiras ofrecieron una salida: si alguien aceptaba morir en su lugar, él viviría. Su esposa, Alcestis, se sacrificó por él.

Heracles viajaba hacia el norte en busca de los dominios de Diómedes y se hospedó en el palacio de Admeto, quien, por hospitalidad, ocultó su duelo. Cuando Heracles descubrió la verdad, conmovido por la lealtad de Alcestis y la hospitalidad de su amigo, decidió enfrentarse a Tánatos en persona. Se dirigió a su tumba y la esperó. Cuando Tánatos llegó a cobrar el alma de Alcestis, Heracles luchó cuerpo a cuerpo con él y lo obligó a soltarla, rescatando así a Alcestis y devolviéndola a la vida y a su esposo. Este acto no requirió un descenso completo al Inframundo, sino una confrontación directa con la propia personificación de la muerte en el umbral entre ambos mundos.

III. El octavo trabajo de Heracles y el último de Abdero

El octavo trabajo de Heracles consistió en capturar las cuatro yeguas de Diómedes, animales famosos por su ferocidad y su dieta antropófaga. Según Eurípides en su drama “Heracles”, estas bestias "relinchaban con voz humana y se alimentaban de carne de extranjeros". Apolodoro precisa que estaban encadenadas con hierro a sus pesebres de bronce y que Diómedes las alimentaba con la carne de sus invitados, práctica que reflejaba la violación máxima de las leyes de hospitalidad -xenía- sagradas para los griegos.

Heracles, acompañado por un grupo de voluntarios entre los que algunas versiones incluyen a su amigo Abdero, viajó a Tracia. Según la narración de Diodoro, el héroe ideó una estrategia audaz: tras derrotar a los guardianes, condujo a las yeguas hacia el mar, donde su compañero Abdero quedó a cargo de ellas mientras Heracles enfrentaba a Diómedes y su ejército. 

Abdero -Ἄβδηρος- era originario de Opunte, en Lócride, y se le atribuyen distintos linajes: algunos lo consideran hijo de Hermes, mientras que otras versiones lo presentan como hijo de Poseidón y la náyade Tronia. En varias tradiciones, es descrito como el favorito o amante de Heracles, un vínculo similar a su relación con Yolao, con quién cooperó ante la Hidra de Lerna.

La custodia de las yeguas por parte de Abdero dio un vuelco trágico cuando los animales salvajes se lanzaron contra el locrio mientras Heracles combatía a Diomedes y sus soldados. Al darle alcance, los animales lo devoraron provocando una profunda pena en Heracles.

Tras una feroz batalla, Heracles mató a Diómedes y, en un acto de justicia poética, lo arrojó como alimento a sus propias yeguas, que una vez saciadas se volvieron mansas y permitieron ser conducidas a Micenas.

IV. La antropofagia en la Antigüedad

La referencia a las yeguas antropófagas de Diómedes debe entenderse dentro del marco más amplio de las creencias griegas sobre la antropofagia entre los pueblos con los que entraban en contacto. Los autores griegos utilizaban con frecuencia el motivo del canibalismo como un dispositivo retórico para demarcar los límites entre la civilización helénica y lo que ellos percibían como barbarie. Heródoto, en sus “Historias”, describe a los andrófagos -"devoradores de hombres"- del norte del Mar Negro como una tribu "de costumbres las más salvajes de todos los hombres" que, efectivamente, practicaban el canibalismo. Si bien es difícil verificar la exactitud etnográfica de estas afirmaciones, reflejan una percepción griega profundamente arraigada: el consumo de carne humana era el epítome del salvajismo, el antípoda absoluto de su propio ideal de civilización.

Existen referencias históricas a rituales que involucraban antropofagia en contextos muy específicos. El propio Heródoto menciona que los masagetas, un pueblo de Asia Central, sacrificaban y cocinaban a sus ancianos, considerando este acto como la forma más feliz de muerte. En el mundo griego, la acusación de canibalismo se dirigía a menudo hacia cultos mistéricos o sectas consideradas transgresoras. Por ejemplo, se rumoreaba que los adoradores de Dionisio Zagreus en los ritos órficos practicaban la ōmophagia -ingesta de carne cruda- de manera simbólica o literal, aunque las pruebas son escasas y probablemente formaban parte de una propaganda de desprestigio. 

La práctica más cercana a un canibalismo ritual atestiguada con cierto consenso es la del asthý de los cultos dionisíacos, donde se consumía la carne cruda de un animal como si fuera la del dios, un acto de sparagmós despedazamiento. Algo que se relaciona con las Bacantes de Eurípides y con la misma historia de Ágave y la madición de la Casa de Cadmo. La historia de Diómedes, por tanto, no es una anomalía, sino la expresión mitificada de este temor cultural y esta línea divisoria que los griegos trazaban entre ellos y "el otro".

V. Legado y significado cultural

La leyenda de Diómedes y sus yeguas carnívoras mantuvo una notable influencia en la cultura griega posterior. Heródoto (484 - c. 425 a.n.e.) menciona que en su época todavía se mostraba en Tracia el lugar donde ocurrieron estos eventos, y que los habitantes locales conservaban el recuerdo del rey caníbal. El relato también inspiró numerosas representaciones artísticas, particularmente en la cerámica ática, donde frecuentemente se muestra a Heracles batallando.

En el plano filosófico, los estoicos vieron en este trabajo una alegoría del dominio de las pasiones animales del alma. Así como Heracles domó a las yeguas, el sabio debe domar sus impulsos irracionales. La muerte de Abdero, el amigo de Heracles, y la fundación de la ciudad de Abdera en su honor -según Apolodoro-, añade una dimensión trágica al relato, recordando que la civilización a menudo se construye sobre el sacrificio. Abdera pasaría a ser célebre por ser el lugar de nacimiento de filósofos como Demócrito y Protágoras.

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