I. Príamo, Rey de Troya
Al quedar como único heredero legítimo, Príamo asumió el trono de Troya. Su ascenso no fue por elección ni herencia directa, sino por supervivencia y legitimación simbólica. Príamo fortaleció su posición mediante alianzas y matrimonios, como con Hécuba, con quien tuvo numerosos hijos con los que augurar un futuro para la continuidad de la dinastía troyana. En su juventud, incluso luchó contra las Amazonas y consolidó el poder troyano en Asia Menor.
La historia que recientemente hemos visto de su padre Laomedonte no solo demuestra la severidad con la que los dioses castigaban la deslealtad, sino que también sentó las bases del futuro destino de Troya. Príamo heredó la ciudad reconstruida, pero la sombra de la traición de su padre persistió. Años después, Troya volvería a enfrentarse a la furia de los dioses, cuando la guerra con los aqueos, narrada en la "Ilíada", selló su caída definitiva en la Guerra de Troya.
II. El doloroso destino de la descendencia del Rey
La historia de los hijos de Príamo es una de las más desgarradoras del ciclo troyano. Su linaje, en vez de preservar la gloria de Troya, parece haber sido elegido por el destino para encarnar sus más profundas tragedias. Héctor, el guerrero más noble y defensor de la ciudad, encuentra una muerte brutal a manos de Aquiles, que no solo lo asesina, sino que ultraja su cuerpo frente a todos. Paris, responsable del rapto de Helena y por ende del conflicto, muere por una flecha dirigida por Filoctetes. Polites es ejecutado sin compasión por Neoptólemo en el último acto de la guerra, y Deífobo, quien se casa con Helena después de la muerte de Paris, es traicionado por ella y asesinado por Menelao. La violencia alcanza incluso a los más indefensos: Polidoro, confiado a otro reino por su seguridad, es asesinado por codicia. Cada uno de estos hijos encarna una virtud o esperanza que se ve destruida: el valor, la belleza, el amor, la fe, la lealtad... La caída de Troya tiene incalculables consecuencias sobre Príamo, los troyanos y troyanas en su totalidad, pero también para la humanidad y los dioses mismos.
III. El caso de Troilo, otro Príncipe perdido de Troya
Troilo fue uno de los más jóvenes hijos de Príamo y Hécuba, sin embargo, algunas fuentes posteriores lo considerarían hijo de Apolo por su belleza excepcional y su habilidad con las armas y los caballos. Símbolo de pureza y esperanza para Troya, un Oráculo había advertido que "si Troilo alcanzaba los veinte años, Troya no caería jamás".
Troilo también es conocido por su historia amorosa con Crésida, introducida más tardíamente por la literatura medieval y renacentista. Crésida era hija del sacerdote Calcas, quien desertó a los griegos. Troilo se enamora de ella y viven una intensa pasión juvenil. Luego, cuando Crésida es entregada como rehén a los griegos, Diomedes, un guerrero aqueo, la seduce y ella termina uniéndose a él, traicionando su promesa de fidelidad a Troilo. En estas versiones, Crésida encarna la traición amorosa, y Troilo se convierte en el arquetipo del amante fiel abandonado por la guerra y la política.
Este relato, aunque no está en las fuentes clásicas arcaicas, se desarrolla ampliamente en obras como "Troilo y Crésida" de Shakespeare, "Il Filostrato" de Boccaccio, y en Chaucer, donde la traición de Crésida se convierte en un emblema del amor voluble y de la tragedia de la juventud traicionada por la guerra.
Pero en la antigüedad, la figura de Troilo se mezcla nefastamente con un héroe. Aquiles, al enterarse de la profecía oracular, lo considera una amenaza para el éxito griego en la Guerra de Troya y lo embosca y asesina dentro del templo de Apolo Timbreo. El lugar de su muerte varía según los autores: algunos lo sitúan en el interior del templo de Apolo, otros, en el campo. Sin embargo, la dimensión sacrílega del crimen fue tan impactante que se convirtió en tema recurrente en la cerámica ática del siglo VI a.n.e., donde se representa a Aquiles arrastrando a Troilo por el cabello. Su asesinato —con tintes sacrílegos, y quizá hasta pasionales— marca un punto de quiebre en la guerra. Además, Aquiles lo mata sin darle opción a luchar, algo visto como una grave violación del código de honor heroico. Esta acción representa un hito y un punto de inflexión en la brutalidad e irracionalidad que representa esta guerra para ambos bandos.
IV. La muerte de Príamo: brutalidad sacrílega
Durante el saqueo final de Troya, los griegos lograron penetrar las murallas mediante el engaño del caballo de madera. La ciudad, sumida en el caos y envuelta en llamas, fue escenario de actos brutales y desesperados. Mientras los soldados saqueaban y asesinaban, Príamo, anciano y derrotado, buscó refugio en el altar de Zeus dentro de su palacio, un lugar sagrado que, en tiempos antiguos, debía ser respetado aun por los invasores. No era un acto de cobardía, tal como vimos, Príamo tenía en sus venas sangre olímpica del dios de los dioses.
Sin embargo, la furia desatada de los conquistadores no respetó el carácter sagrado de aquel espacio. Neoptólemo, hijo de Aquiles, encontró a Príamo en el altar. El anciano rey suplicó clemencia, evocando los dioses y la memoria de su hijo Héctor, pero Neoptólemo, movido por el deseo de venganza o la insensatez juvenil, lo asesinó de forma violenta y despiadada.
El asesinato de Príamo por Neoptólemo en el altar de Zeus Herceo es impropio de un hombre racional, es de una brutalidad sacrílega. Neoptólemo arrastró a Príamo por el cuerpo de su nieto, Astianacte, el hijo de Héctor, antes de matarlo. El pequeño Astianacte había sido asesinado previamente —en algunas fuentes, también por Neoptólemo— al ser arrojado desde una torre, para evitar que algún día vengara a su padre y reconstruyera Troya. Así, el acto de arrastrar a Príamo por el cuerpo de su descendiente simboliza no solo la destrucción física de la dinastía troyana, sino también la aniquilación de su legado. Este tipo de acontecimientos brutales, en su conjunto, son los que ocasionaron un cambio irrevocable y sin precedentes: la nueva Era de silencio de los Dioses.
La muerte de Príamo simboliza el colapso de Troya y el fin de una dinastía y de una Era. Su figura representa la dignidad en medio del horror y el ocaso de un mundo heleno que había sido forjado por la ascensión y el colapso de la Edad de los Héroes. Con su caída, el eco de Troya se convirtió en memoria, quiebre y final de las narrativas épicas que siglos después seguirían resonando.
Comentarios
Publicar un comentario