"Andrómaca y Astianacte" iniciada por Pierre Paul Prud'hon y completada por Charles Pompée Le Boulanger de Boisfrémont (1813-1824)
El imaginario de Troya para los griegos
Para los griegos del siglo V a. n. e., Troya no era solo una ciudad mítica destruida por el poder helénico, sino también un símbolo ambivalente. Representaba tanto la gloria de la victoria épica como el precio de la guerra, encarnado en la imagen de una urbe arrasada, sus hombres muertos y sus mujeres convertidas en botín.
La Guerra de Troya era conocida por todos los espectadores a través de la épica homérica, particularmente "La Ilíada", pero también de ciclos posteriores que narraban la caída de la ciudad y el regreso de los héroes griegos. Esta familiaridad hacía que los espectadores supieran de antemano el destino de personajes como Hécuba, Andrómaca, Casandra o Helena, lo cual no disminuía el impacto de la tragedia, sino que lo intensificaba. El público asistía a una representación del pathos del enemigo vencido, cuya miseria exponía las consecuencias reales de la victoria.
Para una Atenas aún marcada por las Guerras del Peloponeso, el destino de Troya podía servir tanto de advertencia contra la hybris militar como de espejo inquietante sobre su propia conducta imperialista.
Personajes principales
Hécuba: Reina viuda de Troya. Convertida en esclava, es la figura central de la tragedia. Simboliza la dignidad en la desgracia.
Andrómaca: Viuda de Héctor. Madre del pequeño Astianacte. Es entregada a Neoptólemo.
Casandra: Hija de Príamo, sacerdotisa de Apolo. Lúcida en su locura profética, destinada a Agamenón.
Helena: Esposa de Menelao, símbolo de la traición. Su culpabilidad es juzgada ante Hécuba y el coro.
Taltibio: Heraldo griego que comunica a las mujeres sus destinos. Figura intermedia entre vencedores y vencidas.
Coro de mujeres troyanas: Representan a las prisioneras anónimas. Su voz colectiva narra el duelo, la pérdida y el exilio.
Resumen de la tragedia
"Las Troyanas" transcurre tras la caída de Troya. Las mujeres de la ciudad aguardan su destino en la costa, convertidas en prisioneras. Hécuba, la antigua reina, pasa de la esperanza al horror al enterarse de que será entregada a Odiseo. Casandra, en estado de trance profético, anticipa la ruina de los vencedores, aunque su discurso es ignorado.
Andrómaca aparece con su hijo Astianacte, pero pronto se entera de que los griegos han decidido arrojar al niño desde las murallas por temor a que un día vengue a su padre. Su muerte es el momento más desgarrador de la obra.
Helena es llevada ante Hécuba y Menelao. Hécuba exige su ejecución, denunciándola como la causante del conflicto, mientras Helena se defiende con argumentos ambiguos. Menelao accede a llevarla a Esparta, prometiendo castigarla.
La tragedia termina con el anuncio del incendio de Troya. Hécuba se derrumba entre las ruinas, mientras el coro entona un canto final de duelo.
Reflexión sobre la vivencia de la guerra en la antigua Grecia
En la Grecia clásica, la guerra era una experiencia común, sobre todo para los ciudadanos varones, quienes eran también soldados. Sin embargo, la tragedia no se limitaba al campo de batalla: la población civil —especialmente las mujeres y los niños— sufría saqueos, violaciones, esclavitud y desplazamientos forzados.
"Las Troyanas" da voz a quienes no empuñan armas pero padecen sus efectos. Eurípides denuncia que la victoria no implica justicia, y que el sufrimiento no distingue entre vencidos culpables o inocentes. El teatro trágico funcionaba como un espacio de catarsis política y moral, donde los ciudadanos podían confrontar sus propias acciones colectivas y su relación con el poder.
En tiempos de guerra la figura de una anciana reina humillada o la muerte de un niño podían funcionar como llamados a la moderación y a la compasión, recordando que en toda guerra la humanidad suele perder más que lo que gana.
La figura de Troya y sus mujeres estaba profundamente arraigada en la cultura ateniense. Las historias de la guerra troyana formaban parte de la educación básica, a través de los poemas homéricos. Sin embargo, Eurípides, en Las Troyanas, evita la glorificación heroica y presenta una visión sombría del conflicto. Es que más de dos siglos separan a la épica homérica del enfoque psicológico de Eurípides y sus cuestionamientos sobre la victoria.
El público ateniense, inmerso en la Guerra del Peloponeso, veía en esta tragedia un reflejo incómodo de su propia historia reciente. En particular, la masacre de la población de Melos en 416 a. n. e., resonaba con fuerza en el recuerdo colectivo. Por más que los melios se rindieron, los atenienses ejecutaron a todos los hombres adultos y esclavizaron a las mujeres y los niños. Eurípides convierte la victoria en una condena moral, y da voz a los vencidos, en una Atenas que empezaba a tensarse bajo el peso de su propio imperialismo.
El uso de personajes femeninos troyanos permite a Eurípides hablar del sufrimiento civil, del precio de la guerra y del exilio con una potencia emocional directa, sin recurrir al heroísmo convencional.
Tres citas destacadas
«¡Oh, Troya, Troya! Ya no hay muros, ni altares, ni fuego sagrado...»– Lamento coral que expresa la pérdida total de la ciudad y su cultura.
«La felicidad nunca es segura; un solo día puede destruirla»– Reflexión de Hécuba sobre la fragilidad de la fortuna humana.
«¡Matad al niño! Que no quede ni semilla de Troya»– Orden cruel que revela el temor vengativo de los griegos y el costo extremo de su victoria.
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