"Sísifo" por Giovan Battista Langetti (1660)
I. Sísifo
Sísifo fue un personaje de origen divino, ya que las fuentes antiguas, como Hesíodo, lo consideran hijo de Eolo -guardián de los vientos- y Enáreta. Fue el fundador y rey de Éfira, la ciudad que más tarde se conocería como Corinto, gobernando con fama de ser un soberano astuto pero también impío.
Según las tradiciones, se casó con la pléyade Mérope, hija del titán Atlas, y de esta unión nació su hijo y heredero, Glauco. Otras versiones, como la recogida por el geógrafo Pausanias, también le atribuyen la paternidad de Ornición, héroe epónimo de Ornia en la Argólida.
Sísifo era famoso por su astucia y por engañar tanto a dioses como a hombres. Se decía que había estafado a los viajeros y violado las leyes de hospitalidad, acumulando culpas que lo hacían indigno de la benevolencia divina. El límite de la paciencia de Zeus fue sobrepasado cuando Sísifo reveló a Asopo, dios-río, que su hija Egina había sido raptada por Zeus. Con ello traicionó la confianza del soberano olímpico y expuso sus secretos, lo que fue considerado una afrenta intolerable.
II. El encadenamiento de Tánatos
El episodio más célebre de Sísifo es su enfrentamiento con Tánatos, la personificación de la Muerte. Según las fuentes antiguas, como Higino en sus "Fábulas", cuando Zeus envió a Tánatos para llevar a Sísifo al Hades, el rey de Éfira lo engañó con su astucia y lo encadenó. El motivo de este acto no fue un simple desafío, sino la voluntad de prolongar su propia vida y escapar del destino que los dioses le habían asignado.
Al aprisionar a Tánatos, Sísifo interrumpió el ciclo natural: ningún ser humano podía morir mientras la Muerte permanecía cautiva. Los campos se llenaron de guerreros heridos que no podían expirar, los ancianos seguían viviendo en agonía, y el equilibrio cósmico se quebró. Este caos fue tan grave que los dioses intervinieron. Ares, irritado porque las batallas habían perdido sentido sin muertes, liberó a Tánatos y devolvió el orden al mundo.
El gesto de Sísifo revela la esencia de su transgresión: no se conformó con burlar a los dioses en asuntos menores, sino que intentó abolir la condición humana misma, la mortalidad. Encadenar a Tánatos fue un acto de soberbia extrema, un intento de negar la ley universal que rige tanto a mortales como a héroes. Por ello, su castigo eterno no solo responde a un crimen contra los dioses, sino contra la estructura misma del cosmos.
III. Escapando del Más Allá
La astucia de Sísifo no terminó con su vida. Liberado Tánatos, urdió un nuevo engaño contra Hades. Alegó que debía regresar al mundo de los vivos para castigar a su esposa, que no le había rendido los honores fúnebres debidos. El dios le concedió el permiso, pero Sísifo se negó a volver, burlando su condición de difunto.
Este episodio revela la complejidad de las creencias griegas sobre el alma. La psychḗ (ψυχή) era entendida como el principio vital, el aliento que abandona el cuerpo al morir y desciende al Hades. En su estado post mortem, se concebía como una sombra consciente pero débil, una imagen despojada de fuerza. El eidōlon (εἴδωλον), por su parte, era la forma visible de esa sombra, el fantasma que podía aparecer en sueños o visiones. En la práctica, ambos términos se solapaban: toda psychḗ podía ser considerada eidōlon, pues era la imagen espectral del difunto. La diferencia era de perspectiva: psychḗ era el concepto abstracto del alma, eidōlon su manifestación concreta.
El destino de las almas y la manipulación de Sísifo
La mayoría de las psychaí vagaban por los Campos de Asfódelos, una llanura gris y neblinosa donde existían en apatía eterna. Solo los héroes o virtuosos alcanzaban los Campos Elíseos, mientras que los grandes impíos eran castigados en el Tártaro, como el propio Sísifo.
Sin embargo, existía la creencia de que las psychaí podían abandonar temporalmente el Hades. Durante las Antesterias, el festival ateniense en honor a Dioniso, se pensaba que los espíritus de los muertos regresaban al mundo de los vivos. Los vivos ofrecían la panspermia, una olla de guiso, y al final de la festividad los expulsaban simbólicamente con el grito: “¡Fuera, Kares! ¡Se acabaron las Antesterias!”.
Sísifo aprovechó esa lógica ritual y la condición de eidōlon que se le había asignado para escapar de su destino. No solo engañó a Hades, sino que manipuló el sistema mismo del Más Allá, quebrando las reglas que mantenían el orden entre vivos y muertos. Fue un acto de soberbia que, lejos de liberarlo, reforzó la justicia inexorable de su condena eterna.
IV. El castigo eterno
Como consecuencia última de sus transgresiones, Sísifo fue condenado al Tártaro, la prisión más profunda del Inframundo. Su castigo, diseñado para ser eternamente frustrante, consistía en empujar una enorme roca cuesta arriba por una colina. Cada vez que estaba a punto de coronar la cima, la piedra rodaba irreversiblemente hacia abajo, forzándolo a recomenzar su labor sin esperanza de culminación. Este suplicio se erigió en el arquetipo del trabajo absurdo y el castigo perpetuo, un recordatorio divino de los límites que los mortales no deben traspasar.
Otros condenados eternos compartían su destino en el Tártaro como Ixión o Tántalo, o las Danaides en el Hades. Estos castigos no solo ejemplifican la justicia divina, sino que configuran una topografía moral del inframundo, donde cada suplicio refleja el crimen cometido, en una pedagogía del dolor que trasciende la muerte.
V. La reinterpretación moderna de Sísifo
Aunque tradicionalmente se interpreta como una alegoría de la futilidad, el filósofo existencialista Albert Camus reformuló el mito en su ensayo "El mito de Sísifo".
Para Camus, Sísifo es el héroe absurdo por excelencia, consciente de la inutilidad de su tarea y, sin embargo, perseverante. El sentido no reside en el resultado, sino en la lucha misma y en la conciencia del acto. Al aceptar su destino sin rendirse, Sísifo se convierte en un poderoso símbolo de resiliencia. Su descenso por la colina para recuperar la roca es un momento de lucidez y libertad, donde, según Camus, "hay que imaginarse a Sísifo feliz", superando su condena mediante la rebelión interior.
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