I. El Eros como fuerza cósmica y destructiva
Para los antiguos griegos, el enamoramiento no era un sentimiento romántico sino una potencia divina y arrolladora. Según nos cuenta el poeta Arquíloco: "Eros me tiene sumido en deseo, despojándome de mis fuerzas". Esta concepción del amor como fuerza externa que posee al individuo aparece ya en Hesíodo, donde Eros emerge entre las primeras divinidades cósmicas inapelables e implacables. Como vimos, Platón recogería esta idea en el "Fedro", describiendo el amor como "un divino desarreglo" que se apodera del alma como una enfermedad. Lejos de la idealización posterior, el amor era percibido como una experiencia visceral que podía llevar a la excelencia o a la ruina.
Esta concepción del amor como fuerza aflictiva aparece documentada en numerosas fuentes griegas. Como mencionamos hace unos días, Eurípides hacía decir a "Medea" que "el amor de Afrodita es para los mortales la más terrible de las desgracias". El tratado "Sobre lo sublime", atribuido a Longino, recoge cómo el enamoramiento "arrebata el alma como un torbellino", privando al individuo de su autonomía racional.
La expresión castellana actual "ojalá te enamores", utilizada en algunas comunidades gitanas como fórmula de maldición, revela una concepción del amor romántico radicalmente distinta a la idealización occidental contemporánea. Esta perspectiva encuentra sorprendentes paralelos con la visión arcaica del eros en la antigua Grecia, donde el enamoramiento se entendía como una fuerza externalizadora y potencialmente destructiva. La maldición gitana encapsula precisamente esta idea: desearle a alguien que caiga bajo el dominio del amor es condenarle a una forma de sufrimiento que escapa a su control voluntario.
II. La perspectiva médica: un desequilibrio humoral
La medicina hipocrática ofrecía una explicación fisiológica al fenómeno amoroso. En el tratado "Sobre la enfermedad sagrada" se equipara el enamoramiento con un estado de desequilibrio de los humores corporales. La pasión erótica se entendía como un calentamiento excesivo de la sangre cerca del hígado, órgano que para Aristóteles albergaba la facultad apetitiva del alma. Este exceso de calor explicaba los síntomas característicos: palpitaciones, insomnio y pérdida de juicio que Galeno compararía posteriormente con un estado febril continuado.
El "Corpus Hippocraticum" describe los síntomas del amor no correspondido como "sequedad de boca, pulso irregular y pérdida de apetito", cuadro que Galeno compararía con enfermedades febriles. La sintomatología implica este mismo reconocimiento tácito: quien ama queda reducido a un estado de vulnerabilidad extrema, sometido a humores que le desbordan; el amor es, en definitiva, una enfermedad.
III. El amor en la sociedad ateniense: afectos separados
La práctica social en la Atenas clásica distinguía claramente entre diferentes tipos de amor. Por un lado, la philia conyugal, descrita por Jenofonte en el "Económico" como una asociación funcional para la administración del oikos. Por otro, el eros pedagógico entre un erastés -amante- y un erómenos -amado-, regulado por complejas convenciones sociales según atestigua la literatura simposíaca. Como señala Esquines en "Contra Timarco", estas relaciones seguían protocolos estrictos donde el intercambio de favores sexuales por formación ética y cívica constituía una institución social reconocida.
IV. El ideal platónico: del cuerpo al alma
La mayor transformación conceptual ocurre con Platón en "El banquete". A través del discurso de Sócrates, se establece una escalera amorosa que asciende desde la atracción por la belleza corporal hasta la contemplación de la Belleza en sí. Diotima define así al amor como "daimon intermediario" entre mortales e inmortales. Este eros filosófico, recogido posteriormente por Plotino, representa la primera espiritualización sistemática del impulso erótico, orientándolo hacia la trascendencia en lugar del goce inmediato.
Hacia finales de mes continuaremos esta senda de los demonios que abre Diotima al definir al amor, pues hay mucho que podemos aprender de cómo se concebía a los daimones en una cosmovisión tan compleja y estructurada como la helenista.
V. El legado helénico: pathos sin romanticismo
Mientras la cultura occidental moderna ha santificado el amor romántico como culminación personal, la perspectiva griega antigua exhibe un escepticismo profundamente arraigado. El poeta Teognis de Mégara afirmaba que "nadie escapa al amor, ni siquiera el más sabio", reconociéndolo como una fuerza niveladora que iguala a ricos y pobres, sabios e ignorantes. La maldición gitana opera como correctivo cultural ante lo que ambas tradiciones perciben como una peligrosa glorificación contemporánea del sentimiento amoroso.
La persistencia de la idea del amor como castigo, maldición o enfermedad demuestra la vitalidad de una comprensión del amor que la modernidad ha marginalizado. "Mejor sería no nacer", decía Simónides sobre sucumbir al poder de Afrodita. Esta coincidencia transcultural y transhistórica sugiere que, bajo los ropajes del ideal romántico, subsiste el reconocimiento ancestral del amor como experiencia disruptiva que, lejos de completar al individuo, lo expone a una forma sublime de sufrimiento. "El amar es el empiece de la palabra amargura".
La herencia griega sobre el amor constituye un mosaico donde coexisten la fuerza destructiva, el desequilibrio médico y la pedagogía. Esta visión multifacética, donde el pathos amoroso nunca se concibe como base para el matrimonio ni como realización personal al estilo moderno, revela la profunda distancia entre nuestra experiencia contemporánea y la comprensión antigua de este fenómeno humano fundamental.
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