I. Sus orígenes y linaje: la nobleza arcadia
Penélope, cuyo nombre probablemente significa "la que teje", pertenecía a la más alta nobleza. El origen más aceptado de su nombre proviene del griego pēnē -hilo, tejido- y lopē -bobina o carrete-, lo que da la idea de “la que teje”. Otra interpretación lo vincula con penelops, un tipo de ave acuática -pato o ganso-, aunque esta es menos común.
Según el “Himno Homérico a Apolo” y la tradición recogida por Apolodoro en su “Biblioteca” (3.10.6), era hija de Icario, rey de Esparta, y de la náyade Peribea. A través de su tío Tindáreo, rey de Esparta, estaba conectada con el ciclo troyano, siendo prima de Helena, cuya boda precisamente fue el escenario donde Odiseo, entonces joven príncipe de Ítaca, la cortejó. Su linaje arcadio la vinculaba con Zeus a través de Licaón, estableciendo su dignidad regia y su naturaleza semi-divina.
II. Veinte años de espera inteligente
El matrimonio con Odiseo, negociado por su padre tras la ayuda de este en la elección de esposo para Helena, según relata Apolodoro, la llevó a la aislada Ítaca. Cuando su marido partió a Troya, inició un periodo de espera que Homero, en la “Odisea”, extiende por veinte años: diez de guerra y diez de errante regreso.
El poeta arcaico nos muestra a una mujer acosada por los pretendientes, que consumen los bienes de la casa y la presionan para que declare muerto a Odiseo y contraiga nuevo matrimonio. Su estrategia de la “tela” –tejer de día y destejer de noche–, narrada en el canto II, es el símbolo máximo de su astucia, Métis, una inteligencia práctica que iguala a la de su esposo.
Como señala el canto XIX, su duelo constante y su fidelidad inquebrantable la convierten en el modelo de areté y filotimia. Desde una perspectiva de género, es importante reconocer que la narrativa homérica asigna a Penélope un papel activo dentro de los límites que la sociedad antigua imponía a las mujeres. Su astucia, su capacidad de resistencia y su control del espacio doméstico son formas de poder que, aunque invisibilizadas frente a la gloria bélica, resultan indispensables para la supervivencia de la comunidad. Así, Penélope no es simplemente “la esposa fiel”, sino un modelo de agencia femenina en un mundo que reservaba la heroicidad pública a los hombres.
III. La interpretación de su leyenda: entre la sumisión y la resistencia activa
La figura de Penélope ha sido objeto de reinterpretaciones contrapuestas. Para el poeta Píndaro, era el arquetipo de la esposa fiel. Sin embargo, autores como Licofron en su “Alejandra” sugieren versiones alternativas donde Penélope cobra agencia.
En la tradición literaria tardía, el gramático Proclo del siglo V nos transmitió, en su obra "Chrestomathia", un resumen del llamado Ciclo Épico griego, es decir, el conjunto de poemas que narraban la guerra de Troya y sus consecuencias. En ese compendio aparece una versión sorprendente sobre Penélope: se dice que habría sido seducida por el pretendiente Antínoo, lo que pondría en duda la imagen de esposa fiel que la Odisea había consagrado.
Sin embargo, esta interpretación no fue aceptada por todos los autores antiguos. El viajero y geógrafo Pausanias, en su Descripción de Grecia -siglo II-, ofrece un testimonio muy distinto. Según él, los arcadios mostraban como prueba tangible de la fidelidad de Penélope la tumba de Ptoliportes, un hijo que ella habría tenido con Odiseo. Para Pausanias, esta evidencia material -la tumba venerada en Arcadia- confirmaba que Penélope no había traicionado a su esposo y que su figura debía seguir siendo entendida como símbolo de constancia y lealtad.
De este modo, vemos cómo la tradición antigua no fue unánime: mientras Proclo recoge una versión que erosiona la imagen de Penélope, Pausanias defiende la versión contraria, apoyada en un testimonio local y ritual. El contraste entre ambas fuentes muestra la riqueza y tensión sobre la figura de Penélope, de astuta y fiel guardiana del hogar a dama vulnerable a la presión de los pretendientes, dependiendo del relato y del contexto cultural.
La “Odisea”, en su canto final, muestra a una mujer que, incluso ante el regreso de Odiseo, no se entrega al reconocimiento inmediato, sino que prueba la identidad de su esposo con una nueva treta -el lecho nupcial tallado en un árbol-, demostrando que su cautela y sabiduría son las que salvan finalmente el oikos.
IV. Descendencia, reencuentro y destino final
Penélope y Odiseo compartieron un único hijo, Telémaco, cuyo nombre significa “el que lucha desde lejos”. Durante los veinte años de ausencia de su padre, fue su madre quien supervisó su educación, enseñándole la prudencia, la resistencia y el arte de sostener la casa frente a la presión de los pretendientes.
La fidelidad de Penélope se simboliza en el famoso lecho nupcial tallado en un tronco de olivo, un mueble inamovible que Odiseo construyó con sus propias manos y que se convirtió en prueba de identidad: solo él conocía el secreto de que la cama estaba unida al árbol vivo, imposible de trasladar. Ese detalle convierte el matrimonio en un vínculo arraigado en la tierra y en la memoria, un símbolo de permanencia frente a la inestabilidad del mundo.
A diferencia de Odiseo, que tuvo hijos con otras mujeres -como Telégono, fruto de su unión con Circe-, Penélope nunca engendró descendencia fuera del matrimonio. Este contraste revela una dualidad fundamental en la épica: el héroe masculino se define por la acción y la conquista, mientras que la figura femenina se define por la espera y la custodia.
En algunas tradiciones tardías, como la recogida por Proclo, se introduce una visión distinta: tras la muerte de Odiseo a manos de Telégono, Penélope se habría casado con este hijo de Circe y juntos engendraron a Ítalo, considerado epónimo de Italia.
Esta versión puede interpretarse como una forma de reconciliar la muerte del héroe con la continuidad de su estirpe y no cuestiona la imagen de Penélope como esposa fiel. Proclo responde a la lógica de la genealogía heroica, no a la ética cristiana. Recordemos que antes del siglo IV, en las sociedades grecorromanas y en otras culturas mediterráneas, las viudas podían volver a casarse sin grandes trabas. Solo a partir del siglo IV, la Iglesia promovió la idea de la viuda como figura de continencia y virtud, vinculada a la castidad y a la entrega espiritual.
En contraste, Pausanias explica que en Ítaca se habría producido una rebelión interna contra Odiseo tras su regreso. Para sofocarla y mantener la estabilidad política, el héroe habría tomado una decisión drástica: exiliar a Penélope en Arcadia. Penélope muere en Arcadia, pero no como víctima de un asesinato, sino como parte de una variante legendaria que la desvincula de Ítaca y la integra en la memoria funeraria de otra región. De modo que Arcadia reivindicaba su importancia mostrando la tumba de Penélope, igual que otras ciudades griegas se apropiaban de héroes o figuras míticas para reforzar su identidad.
Sin embargo, la versión más extendida y coherente con la leyenda homérica es la que afirma que Penélope permaneció en Ítaca hasta una edad avanzada, asegurando la continuidad de su linaje a través de Telémaco. Su final representa la recompensa a la virtud: la preservación de la casa, la memoria y la estabilidad del orden familiar. En la ética heroica griega, este triunfo doméstico y silencioso es tan valioso como las hazañas guerreras: Penélope encarna la victoria de la constancia frente a la dispersión, la permanencia frente a la errancia, y la fidelidad frente a la tentación.

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