Eclipse total en la noche de Hermes: Ciencia y espiritualidad bajo la luz cobriza
I. El fenómeno astronómico
II. Los eclipses en el imaginario antiguo
En el caso de Grecia, Heródoto relata cómo, durante una batalla entre los lidios y los medos, el día se convirtió repentinamente en noche debido a un eclipse solar. Este fenómeno fue interpretado como una señal divina, lo que llevó a ambos bandos a detener la lucha y negociar la paz. Heródoto afirma que el eclipse fue predicho por Tales de Mileto, y los cálculos modernos lo identifican con el eclipse solar del 28 de mayo de 585 a. n. e.
En cuanto a Roma, los eclipses —especialmente los lunares— eran considerados malos presagios. Los augures y otros sacerdotes interpretaban estos fenómenos como señales de descontento divino. Para contrarrestar sus efectos, se realizaban rituales conocidos como procuratio, que consistían en actos expiatorios para apaciguar a los dioses. Estos podían incluir sacrificios, plegarias, o ceremonias públicas. Los eclipses eran parte del sistema de auspicios, mediante el cual se tomaban decisiones políticas y militares basadas en la interpretación de signos naturales.
III. Hermes y el eclipse en la práctica dodecateísta actual
La noche consagrada a Hermes constituye un episodio excepcional del calendario ritual, no tanto por sus ofrendas visibles —incienso, velas doradas, plantas consagradas— sino por la naturaleza de los ruegos que se elevan en su honor.
No es la espiritualidad abstracta la que domina esta velada, sino una súplica concreta, casi terrenal: peticiones de trabajo, prosperidad económica, movilidad. Hermes, el Olímpico más cercano a la existencia humana, recibe esta noche plegarias que no buscan redención, sino mejora. Es el conjuro a Hermes Erionios, el que transita entre mundos, el que guía los pasos del alma y del cuerpo.
Este año, el plenilunio hermético se ve sorprendido por un eclipse lunar: una sombra que se desliza sobre la luz, como si el propio Hermes —señor de los umbrales y de las transiciones— se manifestara en el cielo, recordándonos que toda petición nace en el cruce entre lo visible y lo oculto. El eclipse convierte esta noche en un umbral cósmico, donde lo mundano y lo trascendente se entrelazan con una potencia singular.
A lo largo de nuestras reflexiones previas, hemos desvelado la esencia de Hermes como divinidad liminal: guardián de puertas, de comienzos y finales, de la vida y la muerte. Pero también Έρμῆς es lo cotidiano, lo inmediato, lo necesario. Es el dios del trabajo, el protector de los viajeros, la energía que empuja a cada mejora discreta. Esta noche, se abre una oportunidad irrepetible para elevar una plegaria ante sus múltiples dones.
Resulta paradójico que un dios que no encarna ni el mar ni la lluvia, ni el fuego ni la tierra, sea el receptor de las peticiones más concretas y materiales. Pero es precisamente en esa paradoja donde reside su poder: Hermes es tránsito, es movimiento, es posibilidad.
Durante meses hemos cultivado Mercurialis perennis, planta consagrada a su nombre, para que esta noche arda en nuestro altar como ofrenda viva. Así se inaugura una velada mágica, marcada por el eclipse, pero desprovista de la solemnidad que acompaña otros plenilunios. Es la noche de los deseos, de los ruegos, de los pedigüeños. Y Hermes, como siempre, escucha.
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