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Plenilunio de Hermes: Eclipse total

Eclipse total en la noche de Hermes: Ciencia y espiritualidad bajo la luz cobriza

I. El fenómeno astronómico

La noche del 7 de septiembre tendrá lugar un evento celeste que transformará la Luna en una esfera rojiza. Este eclipse total ocurre cuando nuestro planeta se interpone exactamente entre el Sol y la Luna, filtrando la luz solar a través de la atmósfera terrestre. El resultado es ese característico tono carmesí que ha fascinado a la humanidad desde tiempos inmemoriales. En la península ibérica podrá observarse a partir de las 20:09 horas, alcanzando su máximo esplendor hacia las 21:59 horas, cuando el satélite se encuentre completamente inmerso en la sombra terrestre. Si las condiciones meteorológicas lo permiten, podremos disfrutar del espectáculo sin necesidad de instrumentos especiales, aunque los prismáticos revelarán detalles fascinantes de la superficie lunar teñida de rojo.  

II. Los eclipses en el imaginario antiguo

Las civilizaciones del pasado interpretaban estos fenómenos como mensajes divinos o presagios trascendentales. Los babilonios llevaban meticulosos registros astronómicos que asociaban los eclipses con el destino de sus monarcas, mientras que en la Grecia clásica se narraba cómo la diosa Selene era temporalmente devorada por fuerzas oscuras. O, en versiones posteriores, que la magia de Hécate la ocultaba para enviar mensajes a los mortales.

En el caso de Grecia, Heródoto relata cómo, durante una batalla entre los lidios y los medos, el día se convirtió repentinamente en noche debido a un eclipse solar. Este fenómeno fue interpretado como una señal divina, lo que llevó a ambos bandos a detener la lucha y negociar la paz. Heródoto afirma que el eclipse fue predicho por Tales de Mileto, y los cálculos modernos lo identifican con el eclipse solar del 28 de mayo de 585 a. n. e.

En cuanto a Roma, los eclipses —especialmente los lunares— eran considerados malos presagios. Los augures y otros sacerdotes interpretaban estos fenómenos como señales de descontento divino. Para contrarrestar sus efectos, se realizaban rituales conocidos como procuratio, que consistían en actos expiatorios para apaciguar a los dioses. Estos podían incluir sacrificios, plegarias, o ceremonias públicas. Los eclipses eran parte del sistema de auspicios, mediante el cual se tomaban decisiones políticas y militares basadas en la interpretación de signos naturales.

En Mesoamérica, los mayas desarrollaron sofisticados sistemas de predicción que vinculaban los eclipses con los ciclos de sus deidades lunares.
En ambos mundos, los eclipses eran vistos como intervenciones celestes que influían directamente en los asuntos humanos. 

III. Hermes y el eclipse en la práctica dodecateísta actual 

La noche consagrada a Hermes constituye un episodio excepcional del calendario ritual, no tanto por sus ofrendas visibles —incienso, velas doradas, plantas consagradas— sino por la naturaleza de los ruegos que se elevan en su honor.
No es la espiritualidad abstracta la que domina esta velada, sino una súplica concreta, casi terrenal: peticiones de trabajo, prosperidad económica, movilidad. Hermes, el Olímpico más cercano a la existencia humana, recibe esta noche plegarias que no buscan redención, sino mejora. Es el conjuro a Hermes Erionios, el que transita entre mundos, el que guía los pasos del alma y del cuerpo.

Este año, el plenilunio hermético se ve sorprendido por un eclipse lunar: una sombra que se desliza sobre la luz, como si el propio Hermes —señor de los umbrales y de las transiciones— se manifestara en el cielo, recordándonos que toda petición nace en el cruce entre lo visible y lo oculto. El eclipse convierte esta noche en un umbral cósmico, donde lo mundano y lo trascendente se entrelazan con una potencia singular.

A lo largo de nuestras reflexiones previas, hemos desvelado la esencia de Hermes como divinidad liminal: guardián de puertas, de comienzos y finales, de la vida y la muerte. Pero también Έρμῆς es lo cotidiano, lo inmediato, lo necesario. Es el dios del trabajo, el protector de los viajeros, la energía que empuja a cada mejora discreta. Esta noche, se abre una oportunidad irrepetible para elevar una plegaria ante sus múltiples dones.

Resulta paradójico que un dios que no encarna ni el mar ni la lluvia, ni el fuego ni la tierra, sea el receptor de las peticiones más concretas y materiales. Pero es precisamente en esa paradoja donde reside su poder: Hermes es tránsito, es movimiento, es posibilidad.

Durante meses hemos cultivado Mercurialis perennis, planta consagrada a su nombre, para que esta noche arda en nuestro altar como ofrenda viva. Así se inaugura una velada mágica, marcada por el eclipse, pero desprovista de la solemnidad que acompaña otros plenilunios. Es la noche de los deseos, de los ruegos, de los pedigüeños. Y Hermes, como siempre, escucha.

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