I. Los Himnos Homéricos, contexto, autoría y utilidad
La atribución tradicional de los Himnos Homéricos al propio Homero es, como se indica, un reflejo de la costumbre antigua de asignar obras anónimas a una figura de autoridad legendaria. Sin embargo, los estudios filológicos modernos, basados en el análisis lingüístico, métrico y estilístico, confirman que son obra de una pluralidad de autores anónimos que compusieron a lo largo de varios siglos, desde la época arcaica (siglo VII a.n.e.) hasta la helenística. El más antiguo, el "Himno a Deméter", efectivamente data del siglo VII a.n.e., contemporáneo de Hesíodo, mientras que otros, como el "Himno a Pan", son notablemente más tardíos. Esta colección, junto con los poemas cíclicos, forma parte del corpus de poesía épica griega que ampliaba y complementaba el universo de la "Ilíada" y la "Odisea".
La función principal de estos himnos era servir como prooimion -proemio o preludio- en las recitaciones épicas públicas. Un aedo, antes de embarcarse en la narración de una epopeya extensa, invocaba a una deidad con un himno para captar la atención del público y ganarse el favor divino. Esto explica su estructura típica: una invocación, un relato de los atributos del dios -a menudo centrado en un episodio clave- y una despedida con una fórmula de transición hacia el poema principal. El uso del hexámetro dactílico, el metro épico por excelencia, confirma su íntima conexión performativa con la tradición homérica. Más que textos litúrgicos fijos, eran piezas flexibles que adaptaban la mitología para un contexto ceremonial y competitivo.
II. Hermes en el himno homérico: El niño divino y su astucia
La descripción proporcionada de Hermes como "niño versátil, de sutil ingenio, saqueador...") capta la esencia del dios tal como se presenta en el Himno Homérico al dios, uno de los más largos y elaborados de la colección. Este himno arcaico -posiblemente del siglo VI a.n.e.- se centra casi exclusivamente en las primeras veinticuatro horas de vida del dios, un recurso narrativo que sirve para establecer de inmediato todos sus atributos y dominios fundamentales. El himno no solo narra su nacimiento en la cueva del monte Cilene, sino que detalla con humor y vivacidad su primer acto de mētis -astucia inteligente-: el robo del rebaño de Apolo.
El plan de Hermes, como se relata en el himno, es una obra maestra de la picardía. No solo roba las vacas, sino que, para borrar su rastro, inventa unas sandalias de tamariscos y mirto que dejan huellas irreconocibles para luego obligar a los animales a caminar hacia atrás. Este engaño deliberado para confundir a su hermano mayor subraya su papel como dios de los límites ambiguos, los cruces y los actos transversales -el comercio, el engaño, los caminos-. La posterior invención de la lira, fabricada con el caparazón de una tortuga y tripas de vaca robadas, es el segundo gran acto de mētis: transforma un objeto mundano en un instrumento de culto y belleza divina, demostrando que su astucia no es solo destructiva, sino profundamente creativa e innovadora.
III. La negociación divina: la reconciliación con Apolo y la adquisición de honores
El conflicto entre Hermes y Apolo no termina con el simple descubrimiento del robo, sino que se convierte en una sofisticada negociación ante su padre, Zeus. El himno relata cómo Apolo, usando sus poderes de adivinación, lleva al infante ante el tribunal de Zeus. Hermes, con una elocuencia y una desfachatez pasmosas, se defiende con mentiras elaboradas, negando todo con una inocencia fingida que deleita a su padre. Zeus, más divertido que enfadado, ordena a Hermes que guíe a Apolo hasta el rebaño escondido.
La reconciliación, como se apunta, no se produce por una simple disculpa, sino mediante un trueque divino que establece los dominios de ambos dioses. Hermes, en un gesto de inteligencia diplomática, comienza a tocar la lira que él mismo inventó. Apolo, dios de la música, queda inmediatamente hechizado por el sonido del instrumento. Hermes, reconociendo el poder de su creación, se la regala a Apolo. A cambio, Apolo no solo perdona el robo, sino que le otorga a Hermes el caduceo -el kerykeion-, le concede poderes sobre la adivinación menor -como la cledomancia, la adivinación por dados o guijarros- y lo confirma como el mensajero oficial del Olimpo. Este intercambio sella una alianza permanente y define sus esferas de influencia: Apolo como patrono de la música y la adivinación institucionalizada, y Hermes como dios de la inventiva, el comercio y la comunicación.
IV. Hermes, Psicopompo y Hermes Trismegisto
Más allá de sus travesuras infantiles, el papel fundamental de Hermes en el panteón griego era el de mediador universal. Era el Angelos, el mensajero de los dioses, el encargado de cruzar todos los límites, tanto físicos -como protector de viajeros y caminos- como espirituales. Como hemos mencionado en estos días, su función más solemne era la de Psychopompos -el "guía de almas"-, responsable de conducir las sombras de los difuntos al Hades, un papel que subraya su tránsito entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Esta capacidad para moverse entre diferentes reinos lo convertía en el dios de los umbrales, las puertas y los intercambios.
Su legado es inmenso y perdura mucho más allá de la Grecia antigua. Los romanos lo adoptaron como Mercurio, divinidad central del comerio, y su imagen con el caduceo y las sandalias aladas es icónica.
Posteriormente, se lo adora como Hermes Trismegisto una figura legendaria que encarna la fusión simbólica entre el dios egipcio Thot y Hermes. Su nombre significa “Hermes el tres veces grande”, Trismegistos, y representa una síntesis de sabiduría divina, conocimiento esotérico y filosofía espiritual.
A él se le atribuye la autoría del Corpus Hermeticum, una colección de textos que abordan temas como la creación del universo, la relación entre lo divino y lo humano, la alquimia, la astrología y la teología. Estos escritos fueron fundamentales en el desarrollo del pensamiento hermético, una corriente filosófica que influyó profundamente en el neoplatonismo, el gnosticismo y, más tarde, en el esoterismo renacentista.
Hermes Trismegisto no fue una persona histórica en el sentido estricto, sino una figura simbólica que representaba el ideal del sabio que domina tanto el mundo espiritual como el material. En la Edad Media y el Renacimiento, fue considerado un profeta que habría anticipado el cristianismo, y sus enseñanzas fueron vistas como una revelación divina anterior a las religiones monoteístas.
Entre los textos más famosos atribuidos a él se encuentran la "Tabla Esmeralda", que contiene el célebre principio “Como es arriba, es abajo”, y "El Kybalión", que expone siete principios universales del hermetismo. Ambos han sido pilares en la tradición ocultista occidental.
V. Mercurius
Carl Gustav Jung (1875 - 1961) fundador de la psicología analítica y pionero en el estudio del inconsciente colectivo, los arquetipos y la dimensión simbólica de la psique, vio en Hermes una figura profundamente simbólica que encarna aspectos esenciales del funcionamiento psíquico humano. Para Jung, Hermes no era solo un dios mitológico griego, sino un arquetipo universal que aparece en sueños, mitos y prácticas espirituales como la alquimia. Su papel como mensajero entre los dioses y los hombres lo convierte en un símbolo del mediador entre el consciente y el inconsciente, entre lo racional y lo intuitivo.
En el contexto de la alquimia, Hermes se transforma en Mercurius, una sustancia espiritual que representa la unión de los opuestos. Jung dedicó extensos estudios a Mercurius como figura central en los textos alquímicos, viéndolo como una expresión del proceso de individuación: el camino por el cual una persona se convierte en sí misma, integrando las partes fragmentadas de su psique. Mercurius es volátil, ambiguo, cambiante, y por eso mismo es tan poderoso como símbolo de transformación interior.
En la tradición alquímica, Mercurius es considerado la prima materia, el punto de partida de la Gran Obra, y también el agente de transformación. Jung lo interpretó como una imagen del inconsciente colectivo: una sustancia psíquica que contiene tanto lo masculino como lo femenino, lo espiritual y lo material, lo consciente y lo inconsciente. Es, en esencia, un arquetipo de la totalidad psíquica, pero también de la paradoja y la contradicción.
Jung se interesó profundamente por el hermetismo, la alquimia y el gnosticismo, no como doctrinas religiosas, sino como lenguajes simbólicos que expresan procesos internos de transformación. Para él, la alquimia no era solo una práctica protoquímica, sino una metáfora del proceso de individuación: el camino hacia la integración del Yo y la realización del Self. Este proceso, que implica confrontar la Sombra, reconocer el ánima y alcanzar la totalidad psíquica.
Además, Jung relacionó a Hermes con el principio de la comunicación simbólica. Hermes representa la capacidad de la psique para traducir lo invisible en formas comprensibles. En los sueños, puede aparecer como guía, embaucador o revelador de verdades ocultas, lo que refleja su naturaleza ambivalente: puede ser tanto iluminador como confuso, dependiendo del estado interno del soñador.
También exploró el "Corpus Hermeticum", reconociendo en sus enseñanzas una resonancia con sus propios conceptos: la ley de correspondencia, el simbolismo universal y la idea de que el ser humano refleja el cosmos. Su legado no solo transformó la psicología, sino que también revitalizó el interés por las tradiciones antiguas como fuentes de sabiduría interior.
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