En el relato fundacional de Apolonio de Rodas, en su obra "Argonáutica", se nos presenta a Etálides, hijo de Hermes, a quien su padre le confió un don extraordinario: una memoria imperecedera que persistía más allá de la muerte. Este regalo le permitía transitar entre el mundo de los vivos y la morada de Hades sin que las aguas del río Leteo borraran sus recuerdos. Etálides se convierte así en una figura crucial, no solo como heraldo de los Argonautas, sino como la encarnación misma de la conciencia continua, recordando cada una de sus existencias en una sucesión perfecta.
Para el Helenismo, Etálides representa la puerta más clara hacia la doctrina de la reencarnación metempsicosis. Es el único mortal de los relatos que experimenta la muerte no como un olvido, sino como una transición consciente, recordando cada vida y cada muerte de forma serial. Esto lo posiciona como un precursor conceptual de ideas que encontrarían un desarrollo más filosófico en escuelas como el Orfismo o el Pitagorismo.
I. El Helenismo y el diálogo con Oriente: más allá de Dioniso
Si bien se ha señalado a Dioniso —asociado en algunas versiones con un periplo indio que le valió el epíteto de "dios extranjero"— como un posible puente con Oriente, la evidencia firme de una influencia directa sigue siendo materia de debate académico. Sin embargo, la figura de Etálides nos ofrece una conexión conceptual más profunda y menos dependiente de los relatos de viajes.
Para encontrar paralelismos estructurales, podemos observar la trinidad divina olímpica: Zeus -cielo-, Poseidón -mar- y Hades -inframundo-. Esta división tripartita del cosmos encuentra un fascinante eco en la tríada védica de Indra -rey de los cielos y el rayo-, Agni -dios del fuego sacrificial- y Soma -diosa de la luna y el néctar de la inmortalidad, nuestra ambrosía-. El paralelismo no es meramente temático; es estructural. Ambos panteones organizan sus fuerzas cósmicas primordiales bajo una autoridad similar.
II. Hermes y Sarma: el mensajero Divino
La conexión se vuelve aún más palpable al comparar las figuras del mensajero divino. En la tradición griega, Hermes, hijo de Zeus, es el dios de los umbrales, el comercio y la comunicación entre lo divino y lo humano. En el Rigveda, una de las deidades asociadas a esta función es Sarma, quien, al igual que Hermes, actúa como un psicopompo y mensajero de los dioses. Ambos son hijos de la deidad suprema Zeus/Indra y comparten la función de ser mediadores, guías y protectores de los caminos. Esta no es una similitud superficial, sino una que apunta a un posible sustrato indoeuropeo común, donde el arquetipo del "dios mensajero" ya estaba presente.
III. Grecobudismo: un histórico cruce
Estas conexiones no son especulativas modernas, sino que se materializaron históricamente en el fenómeno del grecobudismo. Durante casi ocho siglos, tras las campañas de Alejandro Magno, la cultura helenística y la budista interactuaron profundamente en reinos como el Indo-Griego y el Kushan. Esta simbiosis produjo un arte único -como las estatuas de Buda con rasgos apolíneos- y un fértil intercambio filosófico que influyó en el desarrollo del Budismo Mahayana. Un fenómeno que analizaremos en los días siguientes.
IV. El camino no recorrido: Helenismo y Ahimsa
El artículo plantea una reflexión profunda: el Hinduismo experimentó una transformación filosófica radical con los Upanishads, profundizando en conceptos como ahimsā -no violencia- y el karma. Es tentador especular si el Helenismo, de no haber sido sometido militar y culturalmente —primero por Roma y luego por el Edicto de Tesalónica (380) de Teodosio I y la posterior clausura de la Academia de Atenas por Justiniano en (529), hubiera podido evolucionar por caminos similares hacia una espiritualidad más interiorizada y no violenta. El Orfismo y el neo-platonismo demuestran que existía esa tendencia introspectiva.
El final del Helenismo como religión pública fue, efectivamente, "trazado por una cruz" y una espada. Pero, al igual que Etálides, su esencia no fue olvidada. Su legado filosófico, artístico y espiritual pervivió, renaciendo una y otra vez en el pensamiento occidental. Los orígenes indoeuropeos de la religión griega, visibles en las similitudes entre Zeus e Indra, o entre Hermes y Sarma, nos conectan inextricablemente con Oriente. Etálides, el heraldo de la memoria, se erige así como el símbolo perfecto de este renacer continuo: la idea de que ningún conocimiento verdadero se pierde, solo aguarda en el umbral entre lo viejo y lo nuevo, listo para ser recordado.
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