I. Eneas, el héroe piadoso
La historia de Roma no comienza en el Lacio, sino mucho antes, entre los muros en llamas de Troya. Allí nació Eneas, un príncipe troyano cuya vida estará marcada por el deber, la intervención divina y el destino glorioso de fundar una nueva civilización. Hijo de la diosa Afrodita y del mortal Anquises, Eneas encarna la figura del héroe piadoso, guiado por los dioses pero con los pies firmemente plantados en la tragedia de su patria caída.
Según el "Himno homérico a Afrodita", Zeus hizo que la diosa se enamorara de Anquises como parte de una travesura divina. Afrodita se disfrazó de princesa frigia, se unió a él en el monte Ida, y de esa unión nació Eneas. Cuando Anquises reveló que había estado con una diosa, fue castigado por Zeus con un rayo que lo dejó inválido.
Cuando Troya es destruida por los griegos, Eneas no muere ni se rinde. Escapa con su anciano padre al hombro, su hijo Ascanio de la mano y los lares—espíritus familiares— en su equipaje espiritual. En algunas versiones, también lleva consigo el Palladion, una imagen sagrada de Atenea cuya posesión aseguraba la protección divina. Aunque Eneas no era adivino, su vida estuvo guiada por profecías y oráculos, desde el consejo de Héleno, el profeta troyano que hemos visto anteriormente, hasta la Sibila de Cumas, sacerdotisa que lo condujo al Hades. Allí, su padre fallecido le reveló el futuro esplendor de Roma y la grandeza de sus descendientes.
Después de navegar por todo el Mediterráneo —e incluso vivir un tormentoso romance con la reina Dido en Cartago— Eneas llega al Lacio. Se casa con Lavinia, hija del rey Latino, y funda una dinastía cuyo legado viviría en Alba Longa, ciudad regida por su hijo Ascanio. Generación tras generación, esta línea mítica desembocaría en el nacimiento de los gemelos más famosos de la historia romana: Rómulo y Remo.
II. Ascanio
Ascanio, también conocido como Julo, es un personaje clave dentro de la genealogía romana y la épica de Virgilio, particularmente en "La Eneida". Es hijo de Eneas y de Creusa, la princesa troyana hija de Príamo y Hécuba. Aunque en el poema aparece como un niño, su figura adquiere gran peso simbólico por representar la continuidad de Troya y el futuro de Roma.
Desde el momento en que Eneas huye de Troya, Ascanio lo acompaña en su peligrosa travesía hacia la península itálica. Su presencia no es solo la de un hijo que inspira amor y protección, sino la del heredero con una misión divina. Virgilio lo retrata como un joven valiente, obediente y prometedor, que observa y aprende del heroísmo de su padre. En varias ocasiones, interviene en momentos decisivos, mostrando destellos del liderazgo que más adelante ejercerá.
Ascanio es quien funda la ciudad de Alba Longa, precursora de Roma. A través de su linaje, se conecta con los míticos fundadores Rómulo y Remo, y por ende, con el origen de la civilización romana. De Ascanio desciende una dinastía de reyes albanos, entre ellos Numitor, quien es el abuelo de Rómulo y Remo. Este hilo genealógico es fundamental para dar legitimidad divina al Imperio de Augusto, a quien Virgilio alude como descendiente directo de los héroes troyanos.
III. Rómulo y Remo
Numitor, rey de Alba Longa, gobernaba con justicia, pero su hermano, Amulio, codiciaba el trono y lo usurpó mediante una conspiración. Para asegurarse de que Numitor no recuperara el poder, Amulio mandó matar a sus hijos varones y condenó a su única hija, Rea Silvia, a ser virgen vestal, una sacerdotisa del culto a la diosa Vesta. Esto la obligaba a mantener la castidad, frustrando cualquier posibilidad de descendencia legítima.
Sin embargo, el dios Marte -Ares- se unió a Rea Silvia y de esa unión nacieron dos gemelos: Rómulo y Remo. Al descubrirlo, Amulio ordenó que los bebés fueran arrojados al río Tíber. Milagrosamente, una loba —símbolo del poder salvaje y maternal de Roma— los encontró y los amamantó. Más tarde, fueron cuidados por un pastor llamado Fáustulo, quien los crió como si fueran sus propios hijos.
Al crecer, los gemelos demostraron coraje y liderazgo. Descubrieron su origen real y lideraron una revuelta contra Amulio. Lograron vencerlo y restauraron a Numitor como legítimo rey de Alba Longa. Fue entonces cuando decidieron fundar su propia ciudad: Roma, cuya creación marcó el inicio de una nueva era en el mundo antiguo.
Asi deciden fundar una ciudad en el lugar donde fueron salvados, pero una disputa por su ubicación lleva a Rómulo a matar a su hermano y convertirse en el primer rey de Roma. Así, Roma nace de una doble fuente: por un lado, la dignidad troyana y la espiritualidad profética de Eneas; por otro, la fuerza guerrera y la voluntad política de Rómulo. Esta fusión permite a la ciudad reclamar una legitimidad excepcional, conectando el universo homérico con el destino romano. De hecho, los emperadores de la gens Julia, como Augusto, se proclamaban descendientes de Eneas, y con ello, de Afrodita -Venus- misma.
IV. La intencionada apoteosis de Eneas en época imperial
Varias tradiciones afirmaban que Eneas fue enterrado a orillas del río Numicio. Este lugar se convirtió en un sitio de culto, y Eneas fue venerado como una divinidad local bajo el nombre de Júpiter Índiges, lo que implica una especie de apoteosis: una elevación del héroe a la categoría divina.
Este proceso de divinización no es casual. Si conectamos lo que hemos dicho hasta ahora, bajo la época imperial romana, la figura de Eneas fue utilizada como símbolo de origen y legitimidad. Su transformación en una deidad refleja no solo su importancia como fundador ancestral, sino también el deseo de vincular el linaje imperial —en especial el de Augusto— con una figura heroica y sagrada. Así, Eneas no solo muere, sino que trasciende, convirtiéndose en protector espiritual de los latinos y en emblema de continuidad histórica.
Roma, por tanto, no solo fue levantada con piedras y espadas: fue sembrada con profecías, sueños y leyendas, forjando un origen glorioso que aún inspira asombro siglos después.
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