Sémele, hija de Cadmo y Harmonía, pertenece a un linaje tebano cuya existencia está marcada por el favor y la tragedia, reflejando la compleja interacción entre los dioses y los mortales.
Desde su nacimiento, Sémele es descendiente de una estirpe que une a los reyes de Tebas con la esfera celestial. Cadmo, guiado por la voluntad de los dioses, funda la ciudad que será el escenario de su destino. Como princesa tebana, crece en un entorno donde la presencia divina es una constante, heredando la belleza y el carisma de su madre, Harmonia. Su juventud transcurre entre los esplendores de la corte, habiendo heredado en vida el célebre collar de Harmonía, hasta que el dios supremo, Zeus, pone su mirada en ella.
La relación entre Sémele y Zeus es célebre en los relatos antiguos. Hesíodo, en su "Teogonía", menciona a Sémele como la madre de Dioniso, destacando su papel en la gestación de un dios que renovará los lazos entre lo celestial y lo humano. La unión con Zeus la convierte en portadora de una nueva fuerza divina, pues su hijo no será un dios del Olímpico tradicional, sino que transitará entre ambos mundos, siendo coronado en las vides terrenales.
La presencia de Sémele despierta la ira de Hera, esposa de Zeus, quien urde un engaño para precipitar su caída. Tomando la apariencia de una anciana, le siembra la duda sobre la verdadera identidad de su amante, sugiriendo que solo los dioses pueden mostrarse en su plena naturaleza sin engaño. Impulsada por esta idea, Sémele pide a Zeus que se revele ante ella en toda su magnificencia. Ovidio, en las "Metamorfosis", describe cómo el dios, incapaz de negarse debido a un juramento hecho sobre el río Estigia, se presenta con su fulgor divino, desatando un poder que el cuerpo mortal de Sémele no puede soportar. Consumida por el fuego del rayo, deja su existencia terrenal antes de completar la gestación de su hijo.
Zeus, sin embargo, no permite que su descendencia se pierda. Rescata al niño del vientre de Sémele y lo cose dentro de su muslo hasta que alcanza la madurez necesaria para nacer nuevamente. Dioniso, su hijo, crece y alcanza la divinidad, pero no olvida a su madre. En un acto que refuerza la relación entre los dioses y la humanidad, desciende al reino de Hades y la conduce al Olimpo, donde es recibida con honor. La tradición órfica le otorga el nombre de Tíone en su nuevo estado, consolidando su integración en la esfera inmortal.
En la visión dodecateísta, el ascenso de Sémele al Olimpo reafirma que la divinidad no está cerrada a los nacidos en la tierra, sino que, a través de la voluntad de los dioses y la conexión con su linaje, puede alcanzarse una existencia más elevada.
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