Muchos autores se
han percatado de los polos opuestos que representan algunos dioses. Un caso de
polos opuestos -en tres dimensiones- es el representado por Afrodita, Hera y Artemis.
Desenredemos las
identidades: Artemis era siempre virgen, frente a Afrodita -que aún esposada con
Hefesto, el dios cojo, tuvo muchos amoríos- y Hera que era la esposa de Zeus.
Afrodita representa a las pasiones viscerales que envuelven a la sexualidad.
Eso la distingue perfectamente de las otras dos diosas.
Pero Hera y
Artemis comparten el honor de existir en los corazones del Mar Egeo desde tiempos
inmemoriales, anteriores a la Época Oscura según los escritos micénicos del
lineal-B.
Ambas diosas se
relacionan con los partos y encarnan una feminidad implacable y sus papeles de
diosas que abren el año religioso podrían ser intercambiables. Ahí está precisamente
la gracia, el hemisferio sur del globo arranca la primavera y, antes de eso,
puede disfrutar de la fiesta de Artemis del mismo modo que los europeos
celebramos a Hestia.
Sin embargo, Artemis
es la diosa bestial, la cazadora nocturna, indómita e indomable. Es otra deidad
femenina que los hombres sólo podemos -al igual que Hera- honrar a la distancia
y con voz queda. La diferencia es que Artemis no está vinculada a otra fuerza
masculina, no es madre ni señora de nadie, sólo de sus bestias. No está
vinculada a la civilización ni a las instituciones, sino a la fiereza del mundo
salvaje. Es la cierva u osa sagrada, la reina del bosque. Artemis en eso se
distingue de cualquier norma estricta que persiga Hera.
La última aclaración
es que la relación entre las tres diosas no ha sido fácil. Dado que Artemis es
hija de Zeus, Hera no vio el nacimiento de ella -ni de su gemelo Apolo- con
buenos ojos. Hera era adorada en la Magna Grecia -sur de la actual Italia- mientras
que Artemis recibía honores en Éfeso -actual Turquía-.
Ya olímpicas,
pocas aventuras recorren juntas, a excepción de la curiosa historia de Oto y
Efialtes quienes buscaron esposar a las dos diosas hasta que Artemis gracias a
una cierva consiguiera que se mataran entre ellos. No es excepcional, no la
llames: son muchos los que han perecido por cruzarse con la cazadora en su vida.
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