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El incesto de Mirra

"Nacimiento de Adonis" por Pedro de Orrente (1610–1620)

I. El origen real y la sombra de un deseo prohibido

Mirra, también conocida como Esmirna, era una princesa de origen real, hija de Ciniras, rey de Chipre, y de Cencres. Su historia, transmitida principalmente por el poeta Ovidio en "Las metamorfosis" y por el bibliógrafo Apolodoro en su "Biblioteca", comienza con una belleza tan extraordinaria que resultó problemática. Su madre, Cencres, cometió la imprudencia de alardear de que la hermosura de su hija superaba incluso a la de la propia Afrodita.

Este acto de arrogancia humana no pasó desapercibido para la diosa. Ofendida en lo más profundo de su esencia, Afrodita urdió un castigo que sería a la vez cruel e irónico: implantó en el corazón de Mirra una pasión incestuosa y devoradora por su propio padre, el rey Ciniras. Ovidio describe esta aflicción como un fuego interior que la consumía, una "loca lujuria" que la joven, consciente de la monstruosidad de sus sentimientos, luchó en vano por reprimir. Su vida, que prometía ser la de una princesa convencional, se transformó en una tortura interna entre el deseo impío y el horror moral.

II. La confesión y la complicidad de la nodriza

Atormentada por una pasión que no podía confesar a nadie y que la llevaba al borde del suicidio, Mirra encontró una cómplice involuntaria en su anciana nodriza. Esta, alarmada por la profunda melancolía y las palabras veladas de la princesa, la presionó con insistencia hasta que Mirra, sin revelar el nombre del objeto de su amor, confesó la naturaleza de su deseo. La nodriza, horrorizada pero movida por un amor maternal mal entendido, accedió a ayudarla.

La nodriza urdió un plan. Aprovechando una festividad en honor a Deméter, durante la cual las mujeres casadas debían abstenerse de la compañía de sus esposos, se acercó al rey Ciniras y le informó que una joven doncella del palacio, de nombre ficticio, estaba perdidamente enamorada de él y deseaba yacer con él en la oscuridad, preservando su anonimato. El rey, embriagado por la curiosidad y el deseo, accedió. Ovidio relata cómo, durante varias noches, Ciniras se unió a su propia hija en la más absoluta penumbra, ignorante de la verdadera identidad de su amante.

III. El descubrimiento y la huida transformadora

El engaño no podía durar eternamente. Una noche, consumido por la curiosidad, Ciniras llevó una lámpara al lecho para iluminar el rostro de su amante secreta. El horror que sintió al reconocer a su hija fue absoluto. Presa de un dolor y una ira insoportables, el rey desenvainó su espada para matar a Mirra. La joven, desesperada, huyó del palacio justo a tiempo, condenada a un exilio perpetuo.

Mientras vagaba sin rumbo por tierras salvajes, exhausta y abrumada por el peso de su falta y el peligro de ser alcanzada por su padre, Mirra dirigió una súplica a los poderes divinos. No pidió la muerte, sino una transformación que la ocultara para siempre de los ojos de los dioses y los mortales. Los poderes superiores, mostrando una extraña piedad, atendieron su ruego. Ovidio describe su metamorfosis: la tierra se cerró sobre sus pies, su cuerpo se convirtió en un tronco y su sangre en savia, hasta que finalmente se transformó por completo en un árbol de mirra, del cual sus lágrimas, en forma de resina aromática, continúan fluyendo como un eterno testimonio de su dolor.

IV. El nacimiento de Adonis y el cumplimiento del destino

Sin embargo, la historia de Mirra no terminó con su transformación. Meses después, el árbol que una vez fue la princesa comenzó a agrietarse y a quejarse con dolores de parto. La diosa romana Lucina o su equivalente Ilitía, la partera divina del panteón griego, se acercó y, poniendo sus manos sobre la corteza, ayudó a que el árbol se abriera. De su interior nació un niño de una belleza sobrenatural: Adonis.

Este nacimiento milagroso marcó un giro irónico en la tragedia. El fruto de la unión impía decretada como castigo por Afrodita se convertiría, precisamente, en el objeto de devoción más preciado para la diosa. Apolodoro confirma que Afrodita, hechizada por la belleza del infante, lo escondió en un cofre y se lo confió a Perséfone, reina del Inframundo, iniciando así la cadena de eventos que llevaría a la famosa disputa por el joven y a su destino como divinidad de la vegetación y la belleza efímera. La víctima del castigo de la diosa le dio, sin quererlo, a su amante más célebre.

V. La interpretación moderna: la tragedia, la resina y el renacer

La narrativa de Mirra se interpreta en la actualidad como una exploración arquetípica de los traumas psicológicos profundos, el tabú y la culpa y la búsqueda de una redención a través de la transformación. 

Sigmund Freud interpretó el episodio de Mirra y Cíniras como una manifestación de conflictos psíquicos fundamentales donde el deseo incestuoso y su prohibición estructuran los mecanismos represivos; el relato expresa, a través de la transgresión y la culpa, una utilidad psicológica de esas estructuras planteadas en "Totem y Tabú" (1913).

Para Freud el tabú del incesto no es solo una norma externa sino el resultado de una dinámica psíquica de ambivalencia hacia la figura paterna: el mismo afecto que genera deseo también conduce a la represión y a la prohibición, y los mitos como el de Mirra funcionan como representaciones simbólicas que muestran esa tensión entre impulso y la norma.

El desenlace trágico -la metamorfosis de Mirra y el nacimiento de Adonis- puede leerse, según Freud, como una condensación simbólica donde la culpa y la expulsión del deseo conducen a la sublimación o a formas culturales que institucionalizan la prohibición; Mirra y Adonis, por tanto, encarnan la transición de lo pulsional a lo cultural, es decir, el origen mismo del tabú que funda la convivencia social.

El árbol de mirra, con su resina aromática y amarga, simboliza esta dualidad. Representa tanto el dolor perpetuo -las "lágrimas" de resina- como un producto de gran valor utilizado en perfumes y medicinas. De la misma manera, de la tragedia absoluta de Mirra nace Adonis, una figura de belleza y renovación cíclica. Así, la historia trasciende el mero castigo para convertirse en un relato sobre cómo de los horrores más profundos puede emerger, de forma paradójica, una nueva forma de orden y belleza, encapsulando el eterno ciclo de muerte y renacimiento que el propio Adonis llegaría a personificar.


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