Cíniras, rey de Chipre, fue una figura cuya vida estuvo marcada por el esplendor, pero también por la tragedia que se cernió sobre su descendencia. En algunas tradiciones, se le considera hijo de Apolo, lo que explicaría su habilidad musical. Era un monarca favorecido por los dioses, conocido por su devoción a Afrodita y por haber fundado varios templos en su honor, según lo narrado por Pausanias. Sin embargo, su estirpe estuvo marcada por una serie de destinos fatales que convirtieron su linaje en sinónimo de desdicha.
Cíniras se casó con Metarme, hija del rey Pigmalion de Chipre, con quien tuvo varios hijos. Entre ellos se destacan Adonis y Mirra como los más famosos. Adonis, el joven de belleza incomparable, y Mirra, cuya historia de incesto con su propio padre marca un episodio fatídico.
La balanza se inclina hacia su infortunio desde el momento en el que Cíniras se enfrentó a Apolo en un certamen musical, creyendo que podía superar al dios. Esta versión lo vincula con la figura de Marsias y otros mortales castigados por desafiar la superioridad divina en el Arte. Como suele ocurrir en estos relatos, Apolo lo habría derrotado y castigado por su presunción.
Otras tradiciones sugieren que Cíniras prometió entregar a su hija -cuyo nombre varía entre Esmirna, Laogora o Cenchreis- en matrimonio a Apolo, pero luego rompió su palabra. En la tradición griega, la violación de un juramento, más aún cuando involucra a un dios, es una grave falta, castigada con severidad.
Otra falta grave fue durante la Guerra de Troya, cuando Cíniras, que había prometido enviar cincuenta naves como apoyo a Agamenón, incumplió su juramento. En su lugar, solo envió una nave real y modeló las otras cuarenta y nueve con arcilla. Como consecuencia, sus hijos varones Migdalión y Élato perecieron en combate. A partir de ese momento, algunas fuentes afirman que la traición de Cíniras provocó la caída de su reino, sumiendo a Chipre en la ruina.
La tragedia de la familia de Cíniras no terminó ahí. El destino de sus hijas fue igual de trágico. Según Apolodoro, muchas de ellas fueron castigadas por los dioses, ya fuera por haber desobedecido los cultos de Afrodita o por rivalizar con la belleza de la diosa. Plinio el Viejo narra que sus descendientes se dispersaron por distintas tierras desconocidas, víctimas de guerras y exilios, mientras que otras hijas fueron transformadas en aves o en piedras, símbolos de su eterno sufrimiento. Higino relata que algunas, como Laogora, fueron vendidas como esclavas en tierras lejanas, lo que subraya aún más el infortunio que les acompañó.
Tal como hemos visto, el destino de uno de sus hijos marca el calendario dodecateísta. Hablamos de Adonis, quien fue criado por Afrodita, la diosa del amor, vivió una vida corta y trágica. Su hermosura despertó la fascinación de la diosa, pero también la ira de Ares, quien, celoso de su atractivo y de su vínculo con la diosa, diseñó una emboscada con un jabalí para fulminarlo. El joven Adonis fue mortalmente herido por el animal, y su muerte fue lamentada por la diosa del amor, quien, aunque había procurado su protección, no pudo evitar su trágico fin.
Sin embargo, el mayor golpe para la familia de Cíniras provino de la historia de su hija Mirra. Según Higino y Ovidio, Mirra fue maldecida por Afrodita o por las Moiras, quienes la hicieron caer en una pasión irracional por su propio padre. Fuera de sí, Mirra sedujo a Cíniras en una oscura noche de engaño. Al descubrir la verdad, Cíniras sufrió una conmoción tan grande que, en algunas versiones, se quitó la vida al instante, incapaz de vivir con la culpa y el horror de lo sucedido. Otras versiones de la historia cuentan que fue Mirra quien, llena de desesperación por haber traicionado la confianza de su padre, huyó al bosque y fue transformada en un árbol.
A lo largo de las distintas versiones de su historia, Cíniras se presenta como un rey que inicialmente disfrutó de la protección y la riqueza divinas, pero cuyo destino final estuvo marcado por el peso de la tragedia al carecer de palabra y modestia. A pesar de su grandeza y de su relación con Apolo, Cíniras no pudo evitar el impacto devastador de las maldiciones que recaían sobre su familia. Su nombre, que alguna vez resonó con esplendor, acabó siendo asociado con la ruina y la pérdida. La tragedia de Cíniras culminó en la metamorfosis de su hija Mirra y en su propio suicidio. Cuando, en un intento de escapar del castigo de los dioses sobre él y su descendencia, decidió poner fin a su vida al descubrir la naturaleza incestuosa de la relación sexual que mantuvo.
La Casa de Cíniras, que en un tiempo había sido sinónimo de riqueza y grandeza, se desmoronó bajo el peso de la tragedia, dejando tras de sí un legado de sufrimiento, culpa y maldición, una estirpe marcada para siempre por la ira de los dioses.
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