I. Los orígenes de una ninfa del Inframundo
Métis -Μῆτις, también llamada Minte o Menthe- aparece en las fuentes antiguas como una náyade vinculada al río Cocito, una de las cinco corrientes fluviales del Hades según relata Hesíodo en su "Teogonía". Su conexión con el mundo subterráneo queda establecida desde sus orígenes -un detalle crucial que explica su posterior destino-. El geógrafo Pausanias, en su "Descripción de Grecia", corrobora esta asociación al mencionar su culto en regiones cercanas a entradas al Inframundo.
II. Versiones sobre su conflicto con Perséfone
Existen dos tradiciones divergentes sobre el conflicto que condujo a su transformación. La primera -recogida por el gramático Servio en su comentario a las "Geórgicas" de Virgilio- la presenta como una sierva leal de Perséfone. Según esta versión, la reina del reino de los muertos habría desarrollado un carácter severo y duro tras su secuestro por Hades. Un episodio de enorme transcendencia para el helenismo narrado en el "Himno homérico a Deméter". Según se nos explica la diosa habría dado muerte a la ninfa por una falta insignificante -un acto de desproporcionada crueldad que conmocionó al Olimpo-.
El rapto de Perséfone más que una alegoría agrícola, es una fractura ontológica. Su descenso al Inframundo y la furia de Deméter no solo suspenden el ciclo de las estaciones, sino que provocan una hambruna que diezma las poblaciones, da origen a las sirenas y reorienta posteriormente a la humanidad hacia el sedentarismo. Si podemos concebir que, a partir de ese momento, se instaura un nuevo orden natural, entonces no es difícil imaginar que Perséfone también sufrió cambios en su personalidad al dejar de ser la diosa alegre y jovial a ser la mujer del Señor del Inframundo.
La segunda tradición —atribuida a la poetisa Nicandro de Colofón y preservada por Ovidio en su "Metamorfosis"— presenta a Métis como antigua amante de Hades. Consumida por los celos hacia Perséfone, como esposa legítima, habría proclamado su superior belleza y predicho que el dios regresaría a ella. Fueron estas palabras, según esta última versión las que se sintieron como una afrenta directa al estatus de Perséfone y provocaron la ira fatal de la diosa.
III. La metamorfosis póstuma y sus interpretaciones
Las versiones sobre su transformación son igualmente variadas. Estrabón recoge la tradición de que Perséfone misma la pisoteó hasta convertirla en la planta, un acto de furia vindicativa. Otras fuentes señalan a Deméter -madre de Perséfone- como autora de la metamorfosis, castigando así la insolencia hacia su hija. La versión más compasiva fue la transmitida por Oppiano de Apamea y atribuye a Hades la transformación como un gesto de piedad para preservar la esencia de su antigua amante.
Que Métis terminara encarnada en una planta que, al masticarla, arde en la boca no es un detalle menor: es un gesto de furia convertida en forma. Se dice que ese ardor —ese fuego que se enrosca en la lengua y despierta la garganta— es la memoria viva de la ninfa, su protesta silente ante la injusticia que la destruyó. Siempre fiel a Perséfone, compañera discreta en los días de frío, su servidumbre no fue sumisión, sino lealtad profunda. Y cuando la ninfa fue arrebatada de su vida, los dioses acudieron a remediar su desaparición.
Su transformación vegetal no fue castigo ni redención, sino resistencia. Cada vez que alguien muerde esa hoja y siente la menta arder, la indignación de la ninfa se reactiva. Es el eco de un dolor antiguo, el testimonio de una fidelidad que no se resigna. En ese ardor vive la memoria de un mundo injusto para con los fieles.
IV. El simbolismo ritual y uso de la menta
La conexión de la planta con el mundo funerario y los misterios está bien documentada. Teofrasto -en su "Historia de las plantas"- describe su uso para enmascarar olores en ritos mortuorios. El mismo Servio menciona su empleo en el "kykeon", la bebida sagrada de los Misterios de Eleusis, donde posiblemente simbolizaba el ciclo muerte-renacimiento. Un paralelo evidente con la historia de Mentis y también la de Perséfone.
En el mundo antiguo, Egipto, Grecia y Roma, le atribuían a la menta propiedades medicinales, rituales y simbólicas. En Egipto, se utilizaba para aliviar dolencias estomacales, calmar los nervios y perfumar ungüentos. También se colocaban hojas de menta en las tumbas, como ofrenda aromática para acompañar a los difuntos en su tránsito al más allá.
En la Grecia clásica, la menta era símbolo de hospitalidad. Se esparcían hojas sobre las mesas y se infusionaba en vinos para agasajar a los invitados. En los rituales religiosos, se empleaba para purificar espacios y alejar influencias negativas. Médicos como Hipócrates la recomendaban para tratar la indigestión, los resfriados y el mal aliento.
En Roma, su uso se expandió a la cocina, donde se empleaba como condimento en platos y bebidas. También se frotaban hojas en las mesas antes de los banquetes para refrescar el ambiente y estimular el apetito. Galeno y otros médicos romanos la prescribían para dolores de cabeza y problemas digestivos, consolidando su reputación como planta terapéutica.
La etimología misma de Μῆτις, con la terminación pre-griega -nth, estudiada por lingüistas como Chadwick, confirma la antigüedad del personaje y su historia.
Como hemos visto, el característico ardor de la menta al masticarla -interpretado en algunas tradiciones populares como el fuego de su ira póstuma- perpetúa en la experiencia sensorial el eco de un drama divino. Su fragancia persistente se convirtió en metáfora de una presencia que trasciende la muerte.
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