Los gemelos Apolo y Artemis según Domenico Riccio. Techo del vestíbulo del Palazzo Chiericati en Vicenza (1558)
En España, la canícula de 2025 comenzará aproximadamente hoy, 15 de julio, y se extenderá hasta el 15 de agosto. Este período es conocido por ser el más caluroso del año, con temperaturas que alcanzan sus valores más altos. Durante la canícula, es común experimentar olas de calor y condiciones climáticas extremas, especialmente en el interior del país y en las zonas del sur.
A medida que se acerca el mediodía, el canto de las cigarras se vuelve más insistente sobre la avenida. El calor se intensifica, y los rayos del sol descienden con dureza sobre las copas de los árboles.
Por la tarde, las sombras se llenan de vida: un enjambre de moscas se apodera del aire inmóvil, mientras una bandada de golondrinas se lanza al banquete.
Llega la noche, pero es una noche espesa, sin brisa, con el termómetro aún por encima de los 25 °C. Desde los rincones oscuros, los murciélagos surcan el aire tras legiones de mosquitos.
Es la canícula, y no llega sola: la acompaña un hervidero de insectos que pululan día y noche, multiplicándose al ritmo del calor estival.
En la Antigüedad, este momento del año era temido. Se creía que el ascenso helíaco de Sirio —la estrella más brillante del firmamento, situada en la constelación del Can Mayor— traía consigo el calor abrasador. Los romanos llamaban a este periodo días caniculares, los “días del perro”, por la asociación de Sirio formando el can que acompaña a Orión en el cielo. Se iniciaba aproximadamente a mediados de julio, cuando Sirio volvía a ser visible al amanecer, y coincidía con semanas de calor aplastante, sequía, enfermedades y plagas naturales.
En muchas regiones del Mediterráneo, la vida se adaptaba como podía a esta prueba. Los trabajos agrícolas se detenían en las horas centrales del día, los pozos menguaban, los cuerpos sudaban sin alivio. La comida debía conservarse con ingenio, y los cuerpos, protegerse del sol inclemente. Se creía que los excesos de calor afectaban tanto al cuerpo como al juicio: la fiebre y la locura eran hijas de este periodo implacable. Los animales padecían o perecían, las cosechas peligraban, y los dioses eran invocados para alejar pestes, incendios o males súbitos.Dormir se convertía en un reto: el sudor y la humedad asfixiante no daban tregua. Apolo parecía marcar en el calendario un punto de inflexión: un umbral de plagas y de luz, de extremos inevitables, como si recordara a los hombres su pequeñez frente al cielo ardiente.Como escribió Hesíodo en sus "Trabajos y días", refiriéndose a este tiempo abrasador: “Cuando Sirio, el hijo de Orión, se levanta y comienza a brillar en el cielo, entonces es tiempo de que los hombres busquen la sombra, y los bueyes, de sudar bajo el calor del sol”.
Este período, temible para la supervivencia del mundo civilizado, da comienzo hoy. Merecido un ruego para poder atravesarlo sin excesivas dificultades.
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