I. De la leyenda a la metáfora
El Minotauro, engendro mitad hombre y mitad toro encerrado en el laberinto cretense por Minos, ha sido durante siglos símbolo del horror y la monstruosidad. Hijo de la pasión de Pasífae por un toro blanco sagrado, su figura encarna la transgresión, la vergüenza y el castigo. Sin embargo, más allá del relato mítico, el Minotauro ha cobrado nuevas dimensiones en el pensamiento contemporáneo: ya no solo como "monstruo" sino como víctima, símbolo del trauma, o rostro oculto del Yo.
II. El Minotauro como símbolo del inconsciente reprimido
En el marco de la psicología, especialmente en el pensamiento junguiano, el Minotauro representa lo que Carl Jung llamó la Sombra: aquella parte de la psique que el Yo rechaza, reprime o teme. “Todo lo que nos irrita de otros puede llevarnos a un entendimiento de nosotros mismos”.
El laberinto se convierte así en el símbolo de la mente inconsciente, y el Minotauro, encerrado en su centro, es aquello que no queremos ver: la rabia, el deseo, la violencia o incluso la infancia herida. En esta lectura, enfrentarse al Minotauro no es un acto de heroísmo exterior, sino una confrontación interior.
La psicóloga Clarissa Pinkola Estés, en "Mujeres que corren con los lobos", vincula este tipo de figuras monstruosas con el arquetipo de lo salvaje reprimido, La bestia como la encarnación de la pulsación inconsciente, reconocida como monstruosa por la mente civilizada.
III. El Minotauro como figura trágica
Autores como Jorge Luis Borges transformaron al Minotauro en víctima del mito. En su cuento “La casa de Asterión”, Borges da voz al propio Minotauro, quien vive solo, sin comprender por qué lo temen, esperando a su redentor -Teseo-. En sus palabras: “¿Creerás tú, Ariadna, que el redentor pudo ser un toro?”
En esta inversión, el monstruo es humanizado. La monstruosidad no está en su cuerpo, sino en la soledad, el encierro y la incomprensión.
En esta línea, el filósofo español José Antonio Marina interpreta al Minotauro como símbolo de la deshumanización causada por el miedo: encerramos lo que tememos, sin preguntarnos si está sufriendo. Algo que Kafka planteó en su "Metamorfosis", lo incomprendido pasa a ser un estorbo, a deshumanizarse. Como dicta el capitalismo del siglo XXI, el improductivo es un parásito a aniquilar. Una mirada sobre cómo se idealiza el rendimiento, la eficiencia, la rentabilidad —y todo lo demás se relega como “parasitismo”. La mirada neoliberal convierte la existencia en un KPI: si no sumas, restas
IV. Lectura filosófica: ¿quién es el verdadero monstruo?
Desde una perspectiva ética y filosófica, el mito del Minotauro plantea preguntas sobre la responsabilidad colectiva. El monstruo nace por mandato divino, pero es criado a escondidas de la vergüenza como castigo a Pasífae, encerrado por la conveniencia de Minos, alimentado con vidas humanas por la muerte de Androgeo... ¿No es más monstruosa la sociedad que el monstruo mismo?
El filósofo Michel Foucault, en "Vigilar y castigar", realiza un análisis sobre cómo se construye lo “anormal” en unos términos que nos resultan perfectamente aplicables. El laberinto es una forma de control social, y el Minotauro, una figura construida por el poder como encarnación de lo que debe ser censurado.
V. El Minotauro como símbolo del trauma
En literatura contemporánea, teatro y cine, el Minotauro reaparece como símbolo del trauma que las personas cargan desde la infancia o desde la violencia.
En la obra "Minotauro" de Friedrich Dürrenmatt (1960), el monstruo se representa como un ser inocente, incapaz de comprender la crueldad del mundo. Solo se vuelve violento cuando descubre que ha sido encerrado como castigo por ser diferente.
En terapia narrativa, algunos autores -como Michael White y David Epston- utilizan imágenes simbólicas como el Minotauro para trabajar con pacientes que sienten que algo monstruoso habita en su interior: abusos, adicciones, traumas. Enfrentar al Minotauro se convierte así en una sanación de lo roto.
El Minotauro, lejos de ser solo una criatura mitológica, se revela hoy como un símbolo potente de la condición humana. Es lo que tememos de nosotros mismos, lo que rechazamos, lo que encerramos. Es también la víctima olvidada, el otro marginado, el discapacitado o diferente no aceptado. Enfrentar al Minotauro es, en última instancia, un acto de autoconocimiento, autoreconocimiento y liberación.
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