Euristeo es una figura central en el ciclo de los trabajos de Heracles, aunque su papel suele eclipsarse ante la grandeza del héroe. Su historia, narrada en fuentes como la "Biblioteca" de Apolodoro, las tragedias de Eurípides y las menciones de Píndaro, lo presenta como un rey débil y temeroso, cuyo destino estuvo marcado por los designios de los dioses.
Euristeo era hijo de Esténelo y Nícipe, perteneciente a la estirpe de los perseidas, una línea secundaria de la realeza argiva. Su nacimiento estuvo envuelto en un engaño divino: Hera, deseando que Euristeo reinara en lugar de Heracles, aceleró su alumbramiento y retrasó el del héroe, cumpliendo así una profecía que otorgaba el trono de Micenas al primero en nacer de la descendencia de Perseo. Este episodio muestra cómo los dioses manipularon su destino desde el principio.
Aunque Euristeo fue reconocido como rey, su gobierno estuvo marcado por la inseguridad y el temor a Heracles, a quien sometió a los célebres Doce Trabajos en un intento de mantenerlo alejado y debilitarlo. Sin embargo, su autoridad dependía en gran medida del apoyo divino, especialmente de Zeus quien había decretado que, al completar los trabajos, Heracles alcanzaría la inmortalidad.
II. La relación del rey con Atenea y Poseidón
Atenea, aunque no intervenía directamente en favor de Euristeo, desempeñó un papel clave en los trabajos de Heracles, ayudando al héroe en varias de sus pruebas -como en el robo de las manzanas del Jardín de las Hespérides o en la captura del Can Cerbero-. Sin embargo, su apoyo tácito al orden establecido -representado por Euristeo como rey legítimo- refleja su función como protectora de las instituciones políticas.
En la "Ilíada", Atenea aparece como una deidad que favorece a los gobernantes que mantienen la justicia y el equilibrio, y aunque Euristeo no era un monarca ejemplar, su posición como rey ungido por el destino lo convertía en una figura que, en cierta forma, debía ser respetada. Esta ambivalencia muestra la complejidad del pensamiento griego, donde incluso los personajes débiles eran instrumentos del orden cósmico.
Poseidón, por su parte, tuvo una relación menos directa con Euristeo, pero su influencia se hizo presente en algunos de los trabajos de Heracles. Por ejemplo, en el quinto trabajo -la limpieza de los establos de Augías-, Heracles desvió dos ríos para completar la tarea, un acto que implicaba la manipulación de aguas y de equinos, dominios de Poseidón que, sorprendentemente, no parecieron enfuerecer al dios. Así el héroe completó el trabajo sin tocar una pala. Sin embargo, el rey Augías se negó a pagarle la recompensa prometida, alegando que los ríos habían hecho el trabajo. Esto provocó un conflicto que terminó en juicio, destierros y, años más tarde, una guerra en la que Heracles derrotó y mató a Augías, colocando a su hijo Fileo en el trono
Además, en algunas versiones del mito -como las recogidas por Diodoro Sículo-, Poseidón habría favorecido a Heracles en sus viajes marítimos, como en la expedición contra Troya o en la obtención del cinturón de Hipólita. Esto contrasta con la posición de Euristeo, quien, al ser un rey terrestre y poco viajero, no mantuvo una conexión significativa con el dios de los mares.
III. El indigno final de Euristeo
Tras la muerte de Heracles y su ascenso al Olimpo, Euristeo continuó persiguiendo a sus descendientes, los Heráclidas, temiendo que reclamaran el trono. Sin embargo, su destino fue trágico: según Eurípides en "Los Heráclidas", fue derrotado y decapitado por Hilo, hijo de Heracles, en una batalla cerca de Megara. Su cabeza fue llevada a Alcmene, madre de Heracles, quien, en un acto de venganza, le sacó los ojos.
Este desenlace subraya la fragilidad de Euristeo, un rey cuyo poder dependió siempre de fuerzas mayores que él —los dioses, el destino, la voluntad de Heracles— y que, al final, fue superado por la misma figura que intentó controlar.
Euristeo no fue un héroe, ni un villano absoluto, sino un personaje trágico cuya vida estuvo condicionada por las maquinaciones de Hera y el apoyo indirecto de Atenea al orden establecido. Fuentes como Apolodoro, Eurípides y Diodoro Sículo permiten reconstruir su papel no como un simple antagonista, sino como un reflejo de las tensiones entre autoridad, destino y poder divino en el imaginario griego.

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