I. El testimonio de Safo de Lesbos
La principal evidencia sobre las relaciones entre mujeres en el mundo griego antiguo procede de la poesía de Safo de Lesbos (siglo VII a.n.e.). En su poema más célebre, el Poema 31, conservado por el tratadista Longino en "Sobre lo sublime", la autora describe los efectos físicos del deseo con una intensidad inédita: “Un fuego sutil corre bajo mi piel, mis ojos no ven nada, mis oídos zumban”. Estos versos, dirigidos a una mujer llamada Anactoria, expresan una experiencia erótica que trasciende la amistad y revela la dimensión corporal del vínculo afectivo. En el Fragmento 94, preservado en la "Antología Palatina", Safo menciona “suaves lechos” y “coronas de flores” en un contexto marcadamente sensual.
La escuela que dirigía, el thíasos, en Mitilene, funcionaba como un espacio de formación para jóvenes aristócratas donde se cultivaban la poesía, la música y la convivencia femenina. En ese entorno, el afecto entre mujeres encontraba legitimidad emocional, incluso ritual.
Originalmente, “lesbiana” significaba simplemente “originaria de Lesbos”. El sentido moderno del término no apareció hasta el siglo XIX, cuando la medicina y la sexología europeas comenzaron a clasificar las identidades sexuales. Antes de ello, incluso designaba un tipo de vino producido en la isla. Sin embargo, la fuerza poética de Safo fue suficiente para que su nombre se convirtiera, siglos después, en símbolo de la atracción entre mujeres. Su legado no reside en una etiqueta identitaria, sino en haber otorgado lenguaje y dignidad a un deseo silenciado.
II. Contextos sociales y educativos
El marco social en que surgían estas relaciones era muy distinto del masculino. Como explica Eva Cantarella en "Según natura", el mundo femenino griego se desarrollaba en espacios segregados donde el afecto entre mujeres podía florecer al margen de la mirada masculina. Los rituales dedicados a Artemisa o Afrodita, descritos por Píndaro en sus "Parteneias", creaban ámbitos de comunión femenina en los que la cercanía física y emocional era legítima y formativa. En Esparta, según Plutarco en "Vida de Licurgo", la educación femenina incluía prácticas atléticas que promovían la admiración del cuerpo y el vínculo entre mujeres, aunque las fuentes no expliciten una dimensión erótica.
Cantarella desmonta la idea moderna de una “condición homosexual” fija. En lugar de ello, muestra cómo las relaciones entre personas del mismo sexo estaban integradas en la vida social, reguladas por el estatus, el género y el poder. En Atenas, el modelo masculino de erastés y erómenos unía deseo y educación; en Roma, como observa Cantarella, el paradigma cambió: la sexualidad se organizó según la dominación, no según el género. Lo importante era quién penetraba y quién era penetrado. El ciudadano romano debía mantener su rol activo para preservar su dignidad, de modo que la pasividad sexual se asociaba a la debilidad.
El deseo femenino, sin embargo, fue menos visible. Aunque las fuentes poéticas —como las de Safo— lo atestiguan, el discurso oficial lo silenció. No fue una omisión inocente, sino un mecanismo cultural: el placer se asociaba a la actividad, y lo activo a lo masculino. El cuerpo femenino, recluido en el oikos, quedaba fuera del lenguaje político y del discurso sobre el deseo.
III. Perspectivas jurídicas y médicas
La ausencia de legislación sobre relaciones entre mujeres revela su posición social ambigua. El orador Demóstenes, en "Contra Andróstenes", menciona normas sobre la conducta femenina, pero siempre en función de la legitimidad familiar. En el tratado "Sobre las enfermedades de las mujeres" del Corpus Hipocrático, la sexualidad se aborda desde la anatomía y la fertilidad, sin mencionar el deseo entre mujeres como fenómeno médico o social.
Será en época romana cuando Luciano de Samósata, en sus "Diálogos de las cortesanas" (siglo II), aluda directamente a relaciones sexuales entre mujeres, utilizando el término “tríbada”, derivado del griego tribo -“frotar”-. Este término no describía una identidad, sino un acto considerado “contra natura” por parte de algunos autores médicos o satíricos.
Aun así, el mundo helenístico contiene huellas de amor entre mujeres, como el relato de Calisto y Artemisa, en el que la ninfa es seducida por la diosa -o, en otras versiones, por Zeus transformado en ella-. Aunque su interpretación como historia de amor femenino es moderna, revela la existencia de imaginarios donde los vínculos entre mujeres eran concebibles, incluso divinos.
IV. Representaciones en la cerámica y el teatro
Las representaciones visuales del deseo entre mujeres son escasas, pero no inexistentes. En la cerámica griega, las escenas de intimidad femenina aparecen en contextos domésticos o rituales: baños, preparativos festivos o reuniones entre mujeres. La investigadora Cora Dukelsky, en la revista Asparkía. Investigació feminista, observa que en algunos vasos de figuras rojas del siglo V a.n.e. se muestran gestos afectivos -abrazos, miradas sostenidas- que pueden sugerir vínculos eróticos.
El estudio de Adrián Álvarez García sobre la cerámica sexual en la Grecia clásica destaca que, a diferencia de las escenas homoeróticas masculinas, las femeninas se representan con simbolismo y contención, lo que sugiere la invisibilización del deseo femenino bajo la mirada patriarcal del artista y del público.
En el teatro, Aristófanes, en "Las asambleístas", imagina una utopía donde las mujeres gobiernan la polis y reorganizan la vida sexual. Aunque su tono es paródico, incluye referencias a relaciones entre mujeres como parte del nuevo orden. La risa y la exageración, en este caso, funcionan como mecanismos para representar lo que no podía decirse directamente: la posibilidad de un deseo femenino autónomo.
V. El legado en la literatura helenística
La poesía helenística ofrece un nuevo testimonio de la voz erótica femenina. Nóside de Locri, activa en el siglo III a.n.e., celebra en la "Antología Palatina" la sensualidad y el placer desde la perspectiva de las mujeres. Su epigrama sobre las rosas y los cipreses evoca una continuidad con la tradición de Safo, donde el amor entre mujeres es vivido con naturalidad y belleza.
Marguerite Yourcenar, en "El jardín de las quimeras", interpreta a Nóside como heredera espiritual de Safo y símbolo de resistencia frente a la invisibilización del deseo femenino. Aunque su lectura pertenece al siglo XX, se apoya en una rigurosa comprensión filológica del contexto helenístico.
Asimismo, el estudio académico “La figura de la mujer en tres epigramatistas” -dedicado a Calímaco, Leónidas de Tarento y Asclepíades de Samos- muestra cómo la literatura helenística amplía el protagonismo emocional y erótico de las mujeres, representando vínculos entre ellas sin el filtro del varón.
La homosexualidad femenina en el mundo griego no fue inexistente, sino silenciada. No hubo instituciones que la legitimaran, pero sí poesía que la celebró, cultos que la insinuaron y narrativas que la preservaron. El orden patriarcal no eliminó el deseo entre mujeres: lo confinó al margen de lo decible. Redescubrir a Safo, a Nóside y a otras voces femeninas no es solo un ejercicio filológico, sino una recuperación simbólica. A través de ellas, la experiencia amorosa femenina vuelve a adquirir palabra, cuerpo y genealogía: una afirmación de existencia que, pese a los siglos, sigue resistiendo el silencio.

Comentarios
Publicar un comentario