Éolo: fundador de los eolios y transmisor del mundo antiguo
En la genealogía que los antiguos griegos construyeron para explicar su diversidad interna, Éolo es una figura capital. Hijo de Helén —a su vez hijo de Deucalión y Pirra—, Éolo representa uno de los tres grandes linajes que dieron forma al conjunto de los helenos, junto a sus hermanos Doro y Juto. A diferencia de Juto, cuya función fue sobre todo mediadora, Éolo aparece como progenitor directo de pueblos definidos. Su descendencia, tanto en sentido biológico como cultural, desempeñó un papel clave en la reorganización del territorio griego tras el colapso de la civilización palacial anterior. La llamada “etnia eolia” —si puede hablarse en esos términos— guarda memoria de migraciones, asentamientos y herencias que hunden sus raíces en el fin de micénico, (1100 a.n.e.), y de su sistema de escritura, el lineal B.
I. Éolo en las fuentes antiguas
Según Apolodoro, Éolo gobernaba en Tesalia, desde donde sus descendientes se extendieron por múltiples direcciones. Su figura, sin embargo, no se asocia a un solo enclave, sino a un proceso más amplio de migraciones y fundaciones, que servirían para explicar la expansión del grupo eolio.
No debemos confundirlo con Éolo, señor de los vientos. El hijo de Helén forma parte del discurso sobre los orígenes de los pueblos griegos, y como padre de una gran estirpe: entre sus descendientes se cuentan figuras como Sísifo (Corinto), Salmoneo (Elis), Atamante (Beocia), Creteo (Yolco), y Perieres (Mesenia), que permiten conectar a los eolios con muchas regiones del continente y luego también de Asia Menor. Cada uno de estos descendientes ejerce de fundador y configura una red genealógica sobre un territorio fragmentado.
II. La herencia de Éolo: continuidad tras la caída
Para entender la importancia de Éolo, hay que situarlo en el contexto del fin de la civilización anterior. Lo que hoy llamamos civilización palacial del Bronce final —conocida por nosotros gracias a Micenas, Pilos o Tebas— se derrumbó hacia el siglo XII a. n. e. Este colapso no dejó documentos escritos en durante al menos un siglo, es el periodo denominado Edad Oscura, pero la memoria de aquellos tiempos persistió en las tradiciones orales, las genealogías y relatos de linajes.
Éolo representa en este marco una continuidad simbólica con el pasado palacial. Sus hijos y nietos aparecen fundando reinos, capaz de dar origen a ciudades, dinastías y sistemas legales. Mientras Doro representa lo nuevo, lo conquistador, y Juto lo mediador, Éolo representa la herencia, lo que queda del mundo cuando este se recompone tras el desastre.
III. Los eolios: entre Grecia continental y Asia Menor
La expansión eolia no se limitó al continente. Según Heródoto, los eolios fueron uno de los pueblos que cruzaron el mar hacia Asia Menor después del colapso general. Se establecieron en la costa occidental de Anatolia, en la región que pasó a conocerse como Eólide, y en islas como Lesbos y Ténedos. Allí fundaron ciudades como Cime, Pitane, Mirina y Eritras, que más tarde formaron parte de la llamada Dodecápolis eolia.
Este movimiento puede entenderse como una recolonización por parte de descendientes del mundo anterior, que buscaban reconstruir lo perdido o encontrar nuevas tierras. La tradición sostenía que estos eolios de Asia eran herederos de los antiguos habitantes de Beocia y Tesalia, expulsados por presiones bélicas o desórdenes internos. En este sentido, el linaje de Éolo se convierte en una explicación de por qué hay pueblos griegos al otro lado del Mar Egeo que no son ni jonios ni dorios.
IV. Éolo según la lingüística y la arqueología
Desde el punto de vista lingüístico, el término eolio designa una de las principales variedades del griego antiguo. El griego eolio se hablaba en regiones del norte de Grecia continental (Tesalia, Beocia) y también en Asia Menor (Lesbos, Cime). Presenta rasgos fonológicos y morfológicos específicos, como el uso de “w” (digamma), formas verbales arcaicas, y ciertos vocablos conservadores que no aparecen en el ático o el jónico. Esto sugiere que el griego eolio pudo preservar características lingüísticas más antiguas, y por eso se le asocia con un substrato del Bronce Tardío.
En cuanto a la arqueología, hay evidencias de una cierta continuidad cultural entre Beocia, Tesalia y algunas zonas de Asia Menor tras el colapso del siglo XII a. n. e. Las cerámicas de tipo Submicénico y Protogeométrico muestran elementos comunes entre estas regiones. A esto se suman las necrópolis, las formas de enterramiento y la arquitectura doméstica, que permiten hablar de una cierta identidad común sin necesidad de una hegemonía política. En ese contexto, el relato de Éolo y sus hijos permite unificar una diversidad de linajes locales bajo un antepasado común.
Es por ello que Éolo es el heredero. Un heredero que no inventa, sino que recoge lo que queda, lo redistribuye, y asegura su transmisión. Por eso su figura es tan amplia: no representa un reino, sino una memoria colectiva.
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