Lo que conocemos hoy todavía vincula a Deméter directamente con Perséfone y con su secuestro a manos de Hades. Este evento se presenta como un momento decisivo en la psicología de la diosa, transformando su papel de madre nutricia a una figura de duelo, resiliencia y resistencia. Muchos conocedores del relato sobre "el origen de las estaciones" aún no se han detenido a reflexionar sobre las implicaciones más profundas de que la hija de la fecundidad se convierta en la consorte de la muerte.
La unión de Deméter con Zeus, padre de Perséfone, subraya aún más su relevancia en el cosmos olímpico. Este vínculo, mencionado por Hesíodo en la "Teogonía", otorga a la diosa una posición de preeminencia como fuente de alimento y sustento y madre universal. Deméter encarna a la Diosa Madre, la figura que da los frutos que sostienen la vida de sus hijos, pero que también, como una madre eterna, los sobrevive.
El ciclo perpetuo de la fecundidad que celebramos durante estas semanas de primavera tiene una importancia que trasciende las necesidades inmediatas de hoy. ¿Qué deidad puede ser más trascendental para la vida que la propia fecundidad? Y, sin embargo, el culto y el conocimiento sobre Deméter parecen haberse quedado silenciados en esta era moderna.
A la espera de que los rituales que celebran la fertilidad y la conexión con la tierra vuelvan a encenderse en las sociedades contemporáneas, su legado permanece. Indiferente al olvido, generosa e imperturbable, Deméter continúa ofreciendo sus dones a la humanidad, alimentando generación tras generación. Como afirma el coro en "Las Ranas" de Aristófanes, la diosa sigue siendo esencial, pues su bendición es la que garantiza la prosperidad de los campos y, por ende, de la vida misma.
Gracias, madre eterna.
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