"Zeus" o "Júpiter" de Jean-Baptiste Greuze (1769).
Recientemente, hablamos de Óleno, hijo de Zeus y de Anaxítea, una princesa de la región de Acaya, en el Peloponeso. Hoy nos desplazamos más al sur por el Peloponeso, hasta la Élide, a la tierra de los Epeos. Los Epeos eran un grupo de habitantes de la polis Elis o Élide. Eran descendientes de Epeo, el tercer rey mítico de región. Epeo es conocido por su participación en la guerra de Troya y por ser el constructor del famoso caballo de Troya, de la que hablaremos más adelante.
El rey de los Epeos, Opunte tenía una hija llamada Cambise. La joven vivió un destino marcado por la intervención directa de Zeus. En su relato, Zeus la rapta, una acción mediante la cual el dios supremo interviene en el destino de humanos excepcionales. El rapto de Cambise sugiere la atracción irresistible que ciertas cualidades humanas despertaban en los dioses y, al mismo tiempo, la capacidad de estos seres divinos de alterar la vida humana, en ocasiones de forma abrupta.El rapto por parte de Zeus, o por otros dioses en menor medida, aparece con frecuencia en los relatos griegos, simbolizando la intervención directa de lo divino en el mundo humano. Este acto puede dar lugar a diferentes interpretaciones, la primera y la más evidente, es ver el rapto como una manifestación del poder divino en el que los dioses ejercen su voluntad, a veces sin consideración por el deseo humano, reflejando su omnipotencia. Zeus, en particular, inicia esta acción movido por múltiples factores u objetivos: por amor, por un deseo irresistible o incluso para dar origen a una descendencia especial.
Pero lo que se nos escapa es el rapto como simbolismo de transformación. El rapto de una figura como Cambise no era necesariamente literal, sino que a menudo simbolizaba una transformación o elevación de la mortalidad a la inmortalidad, o del mundo humano al divino. Al ser llevada por Zeus, Cambise pasaba a una nueva condición, en la cual su vida quedaba marcada por una conexión directa con lo sagrado.
Algo excepcional ocurre gracias las uniones mediante las cuales los dioses se unen a mortales o a seres semidivinos, y esa excepcionalidad va más allá del deseo. Debemos tener en cuenta el poder explicativo que tienen esas uniones como sagradas y fundacionales. Las uniones de Zeus con figuras como ninfas o mujeres mortales a menudo daban lugar a linajes heroicos y poblacionales. El origen divino de las poblaciones humanas no es un dominio exclusivo de las religiones politeístas.
Pero, ¿era común el rapto en la Antigua Grecia? En la sociedad griega, el rapto -especialmente de mujeres- no era necesariamente frecuente en el sentido literal, pero sí en el sentido narrativo y simbólico. En los relatos, los raptos a menudo simbolizaban el traspaso de un estado a otro: de la niñez a la adultez, de lo mortal a lo divino, o de la libertad a la sumisión. Sin embargo, estos raptos no siempre implicaban amor en el sentido romántico actual; muchas veces reflejaban el deseo de los dioses de extender su influencia o incluso simplemente su poder sobre la humanidad.
El rapto de Cambise por parte de Zeus es un episodio cargado de simbolismo. Refleja cómo los antiguos griegos percibían la relación entre los dioses y los mortales, donde las figuras divinas podían intervenir y cambiar el curso de la vida humana de formas inesperadas. A través de Cambise, los relatos evocan la idea de lo inevitable y de cómo, pese a la voluntad humana, existen fuerzas superiores que dictan el destino. Esta "incontrolabilidad" del destino es una piedra filosofal de la concepción dodecateísta de la vida. Cambise representa así a quienes, en la historia, vivieron la experiencia de ser tocados por lo divino, llevados hacia un destino desconocido y marcados por el poder de los dioses.
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