En el antiguo reino de Frigia, Tántalo, hijo de Zeus y Flota, fue uno de los pocos mortales en recibir el honor de compartir banquetes con los dioses. Desde esta posición privilegiada, Tántalo escuchaba conversaciones divinas y accedía al néctar y la ambrosía, alimentos reservados para la inmortalidad. Sin embargo, abusó de la hospitalidad divina al revelar secretos y robar estos alimentos sagrados. Tántalo, en su arrogancia, llevó estos manjares a los mortales, lo que fue considerado una grave ofensa.
El episodio que llevó a su caída fue un banquete donde, en un acto mediante el cual intentó poner a prueba la omnisciencia de los dioses al ofrecer como platillo principal a su propio hijo Pélope. Durante el banquete, Deméter, sumida en tristeza por su hija Perséfone, probó la carne, mientras que Zeus y Hermes, al percibir la verdad, condenaron a Tántalo a un castigo ejemplar. Como cuenta la tradición, fue enviado al Tártaro, donde su castigo consistía en una tortura perpetua de sed y hambre, rodeado de agua y frutas inalcanzables, recordándole su traición.
Tras descubrir el crimen, los dioses devolvieron la vida a Pélope. Zeus, en un acto de compasión, pidió a Hefesto que le otorgara un hombro de marfil, ya que uno de sus hombros había sido devorado. Así, Pélope fue restaurado, y de su linaje surgiría una estirpe poderosa en el Peloponeso, mientras que su padre Tántalo continuaba en su eterno tormento, convirtiéndose en un recordatorio de los límites que los mortales no deben traspasar frente a la divinidad.
La historia de Tántalo nos recuerda la importancia de mantener una actitud de agradecimiento y humildad por los bienes recibidos, y saber conservar nuestro modesto lugar en el mapa del cosmos. También nos advierte que una buena posición frente a los dioses fomenta una actitud arrogante en los Hombres. Por último, nos recuerda que la antropofagia resultaba una auténtica aberración para los griegos antiguos.
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