Los lares o espíritus familiares romanos son un tema
bastante polémico en estas fiestas familiares. ¿Existen? ¿Merecen ser
considerados?
La idea es sencilla y aparece repetida en varias culturas de
la Antigüedad, espíritus ancestrales se sueldan con cada cadena de
descendientes, exigen devoción, sacrificio u honra.
Hoy en día, su acción parece mejor explicada por la genética
que por la religión. Sí, evidentemente hay algo que se transmite de generación en
generación y que causa una acción directa sobre el individuo, conjunto con el
ambiente: los genes.
Sin embargo, pensar que esto se acompaña de un halo de
espiritualidad tiene un fuerte componente explicativo y otro, más sombrío aún,
de discriminación y condena. Rompe con nuestro principio de unicidad,
singularidad e individualidad. Ya no somos por nosotros mismos sino que, como era hace un siglo
atrás, somo “hijos de”.
Si hubiera un espíritu divino dentro de una estructura tan
humana como la familia, debe ser un espíritu equívoco en sus dos acepciones.
Tan lleno de errores y vacilaciones, tan humano, como nosotros. Y es aquí donde
el espíritu familiar no puede ser considerado plenamente divino, sino
plenamente humano.
Si los lares merecen nuestra devoción es, entonces, cuestionable pero no podemos desecharlos del todo, su dominio enlaza los vivos y los muertos, un enlace inescrutable.
Lo que sin lugar a dudas requieren es una dosis inmensa de comprensión.
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