Independientemente del origen patricio y romano de la Parentalia,
la luna llena de hoy merece ser celebrada con los ojos puestos en los
ancestros.
Es simple: nosotros somos porque ellos fueron y gracias al
esfuerzo y el sufrimiento de muchos miles de seres humanos que lograron sobrevivir
y ayudaron a vivir a otros, es que estamos vivos en este preciso momento.
Tal es la fragilidad de nuestra especie que contamos con los
otros para poder llegar a ser adultos. En nuestra interdependencia hay, también,
belleza y generosidad.
Más allá de las los casos particulares, la especie
humana es una gran familia multitudinaria. Los lazos de aquellos que
consiguieron llegar a edad reproductiva y dar a luz, los de aquellos que
cuidaron a su prole -o a una prole-, los esfuerzos de todos merecen un mes en el
calendario helenista donde desempolvar los retratos y hacer ofrendas. Un mes
para salvar a los nombres del olvido.
Como planta, la violeta africana es una especie idónea para
adornar los altares y como actividad, nada mejor que la genealogía.
Todos somos gracias a alguien en una cadena que parece casi
infinita, que se extiende a través de los parientes más próximos, extiende
ramas cruzando familias, uniendo clanes hasta llegar al origen de la especie,
hasta el mismo origen del tiempo y de la vida.
Difícilmente desde nuestra individualidad comprendemos que estamos
relacionados con los distintos tiempos -Edad Contemporánea, Moderna, Medieval,
Antigua- a través de numerosas culturas y, sobre todo, a través de innumerables
esfuerzos.
Exceptuando el código genético, todo lo que ellos fueron se
va desdibujando con las décadas y los siglos, hasta que nosotros mismos seamos,
también, olvidados.
En nombre de todos ellos, un mes de agradecimiento y
reconocimiento porque, aún sin querer, la vida se perpetúa a sí misma casi
indistintamente como un milagro y como una maldición.
Comentarios
Publicar un comentario