Urano -el cielo- y Gea -la tierra- formaron la primera generación
de dioses. De ellos nacería la segunda generación, de Cronos y Rea, durante la llamada Edad de
Oro. La tercera generación es la de Zeus.
Pero
durante la primera época, mientras Urano abrazaba cada noche a Gea, algo muy distinto se gestaba de la misma
oscuridad -del Érebo- y de la noche -Nix-: Eris -la discordia-, Tánatos -la
muerte-, Hipnos -el sueño-, Moros -la suerte-, Geras -la vejez-, Ápate
-el engaño- y Némesis. Todas formas previas a los olímpicos, cuyo
dominio resulta implacable para los mortales e inmorales. Exceptuando Tánatos y Geras, que no afectan a los dioses pero sí al mundo mundano que los rodea, estas fuerzas ejercen su poder más allá de toda
voluntad y control.
Los hijos de Érebo y Nix reinan
sobre todos nosotros. El estilo atributivo de un dodecateísta clásico
consiste en ver el
envejecimiento, la muerte o la discordia como fenómenos sobre los cuales ningún dios o mortal tiene ningún control. ¿Nuestra percepción actual de
estos fenómenos es muy distinta?
Hoy nos empoderamos como "dueños de
nuestros destinos" y miramos con desdén a quienes se sienten víctimas de
fuerzas externas. Consideramos que ese tipo de estilo atributivo afecta
negativamente la percepción y enturbia el análisis de la causalidad de los acontecimientos. Pero ¿realmente tienes poder sobre la muerte? Abundan en las plantas de traumatología los que pensaron que podían decidir cuando irse y aún viven.
Es un dilema
complicado, ¿a qué dios le suplicas cuando te crees dueño de tu destino?
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