"¿Hasta dónde puedes romper las reglas sin romper a los otros ni a ti mismo?”. El carnaval es una celebración en honor a Dioniso, de larguísima trayectoria histórica. Es el único momento del año en el cual se festeja la destrucción de la norma.
Las estrictas reglas sociales, el rechazo al exceso y al riesgo modulan el comportamiento y la mente consciente. Finalmente, arriba la noche donde se renuncia a la corrección y, favorecidos por el consumo de manjares, bebidas o drogas, el caos conquista la calle.
En el calendario helenista, es una fiesta solar, por lo que no suele coincidir con los carnavales de la península ibérica. Este año, el carnaval helénico se anticipa dos semanas al celebrado en Barcelona.
El desafío que la bacanal le plantea al panteísta es: ¿Hasta dónde puede romper las reglas sin romper a los otros ni a sí mismo? El eclipse de la conciencia no tiene por qué ser total; algunos rompen las reglas, mientras que otros, aun siguiéndolas, se permiten un menor control sobre sus actos. Desde los comportamientos destructivos hasta los deconstructivos —que suavizan las riendas del autocontrol—, el carnaval es apto para todas las psiquis.
Dioniso es el potencial inconsciente en el que late la sexualidad -la creatividad- y la destrucción -la temeridad- dentro del comportamiento humano. Ningún dios puede representar la destrucción y la creatividad con igual magnitud. Pocas figuras divinas resultan tan complejas de analizar. De ello hemos hablado durante estos días.
Sexualidad y destrucción son las dos columnas que sostienen la imagen del dios oriental. A través de la sexualidad, Dioniso inviste la virilidad desbocada y desproporcionada, la celebración ruidosa y obscena, dando muerte a las buenas costumbres, la decencia y el decoro en una noche de excesos y riesgos.
La licencia para el descontrol y el caos caduca en “el entierro de la sardina”, la fiesta que simula burlonamente un cortejo fúnebre y en la que el espíritu dionisíaco se sepulta en virtud del orden.
Comentarios
Publicar un comentario