Ir al contenido principal

Dodecateísmo

¡Bienvenidos! 
Cuando comienza el año, siempre programamos las fiestas de acuerdo con las lunas llenas. Hay fiestas solares -como el solsticio de verano o el de invierno- y fiestas lunares. Eso significa que, igual que pasa en la naturaleza, no hay dos años idénticos. Cada uno es único. 

Lo importante es descubrir qué significa cada elemento natural para ti y para tu vida. Hay gente que se siente más relacionada con el mar, otros con las tormentas. Hay gente que siente especial admiración por el sol, otros por la luna o por el fuego. Eso configura quién eres tú y la relación que tengas con los elementos naturales que te envuelven y de los que tú también eres parte. 

El dodecateísmo -horrible palabra- es una forma de descubrir esto, una de tantas. Vivimos en un mundo gobernado por la Naturaleza. Y podemos identificar qué fuerzas nos gobiernan. Podemos honrarlas o no. Podemos creer que nos gobiernan o que nosotros las gobernamos. Hasta podemos ser totalmente indiferentes a ellas. 

Los helenos, como nos llamamos, son aquellos que indagan sobre estas fuerzas. Los que buscan sus significados. Los que se conectan con ellas a través de rituales y representaciones. 

El comienzo del año es una pregunta abierta. ¿Cómo quieres tú representar a esas fuerzas, honrarlas y festejarlas? Ese es el comienzo mismo del dodecateísmo como aquí lo entendemos. Quien intente estructurar esto, sin duda lo destrozaría. Puede ser tan distinto para cada uno como lo es el solsticio de invierno en suelo astral o boreal. 

El consejo para el día uno siempre es el mismo: cuenta las lunas llenas del año y la última luna nueva y también los solsticios. También puedes celebrar un punto del Analema. 

A lo largo del año, desde aquí, compartiremos una distribución que puede inspirar, orientar o extrañar a varios. Lo más importante es que te tomes el primer día del año para pensar cómo te relacionas con las fuerzas y elementos que te rodean.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Apolo, un dios con CV

 Ἀπόλλων no es el dios del Sol, tampoco lo era para los helenos. Apolo representa la peste, la plaga y la epidemia, pero también la creación y la vida. Es una antítesis y como toda entidad compleja, con el paso del tiempo cobró cada vez más significado hasta que, hacia comienzos del primer milenio, acabó acaparando la figura de Helio, el dios del sol. Es curioso porque hay, en el panteón, figuras que representan las mismas fuerzas que Apolo encarna. Para ser tutor de las Artes, están las Musas; para ser dios de la salud, tenemos a Asclepio; para dios de la destrucción, está Hades.    La novedad es que Apolo es el dios oracular por excelencia y el dios de la armonía. Y es que hay en el ciclo de creación y destrucción una evidente armonía de fuerzas -que en el 98% de las veces se salda con la extinción- evolutivas. Apolo tiene un origen que dista de poder considerarlo “el más griego de los dioses”, hay referencias bíblicas que lo identifican con el demonio o con ot

Adonia: el regreso con Perséfone

La celebración de la Adonia, tal como lo hemos adelantado, consiste en pequeños rituales muy significativos. En primer lugar, un “brindis fúnebre” por la vida que dejamos. Utilizamos para ello zumo de granada mezclado con alguna bebida alcohólica -preferentemente Ratafía-. La ratafía, hecha con la sangre de la menta -entre otras hierbas silvestres- será nuestro último trago. Se exprime la granada y sus semillas caen y se mezclan con la bebida y se toma de un golpe. El simbolismo de la semilla de granada -la cual condenó a Perséfone al Hades-, y su consumo se hace en honor al engaño con el que Hades que nos conduce a la muerte. La granada era una planta con la que se decoraban los monumentos fúnebres. Por eso, posteriormente cogemos una granada entera y sin cortar por persona, velas pequeñas y nos vamos en dirección al cementerio una vez caída la noche. Esa granada que arrojamos será nuestro alimento y reserva para el más allá. Lo ideal es subir a un montículo para poder

Qui exaudivit me in die tribulationis meæ, salvum me fac

Desde el fin del año y hasta el solsticio de invierno, la noche crece día a día. En el silencio del riguroso invierno encontramos un momento para pensar en todos aquellos que sufren. Los que están enfermos, los que acaban de descubrirlo, los que acaban de marchar. Por todos ellos elevemos juntos un ruego y hermanemos nuestros corazones:  Qui exaudivit me in die tribulationis meæ, salvum me fac.  Que quien los escuche, los salve. Dejamos un farol encendido fuera de casa con un cirio con la esperanza de que esa luz y ese calor alivien sus corazones.