A la memoria de Jesús.
Sol arrogante, no necesito tu calidez. ¡Acuéstate!
Tú sólo alumbras superficies.
Yo penetro por igual superficies y profundidades.
¡Tierra! Pareces buscar algo en mis manos.
Dime, vieja con moño ¿qué quieres?
Hombre o mujer: diría cuanto me gustáis,
pero no puedo;
Y diría lo que hay en mí y lo que hay en vosotros,
pero no puedo
Y diría la ansiedad que sufro
y los latidos de mis noches y días.
Mirad: no doy conferencias
ni tampoco pequeñas limosnas
Cuanto doy, me doy yo mismo.
Oye tú, ser impotente de rodillas temblorosas:
abre tus tiesas mandíbulas
paras que yo soble mi vigor dentro de tí.
Extiende las palmas de tus manos,
levanta las solapas de tus bolsillos.
No toleraré que te niegues, te lo ordeno.
Tengo mis tiendas llenas y puedo derrochar.
Y todo cuanto tengo lo dono.
No pregunto quién eres.
Eso no es importante para mí.
No puedes hacer nada ni ser nada,
salvo que yo quiera.
Me inclino por el trabajador de los algodonales
y por quien limpia letrinas.
Sobre su mejilla derecha poso mi beso familiar
y me juro a mí mismo que nunca he de negarlo.
En mujeres aptas para concebir
engendro niños más grandes y ágiles.
(En este día chorreo el germen
que hará repúblicas mucho más arrogantes.)
Hacia todo el que muere por aquí me dirijo velozmente
y muevo el picaporte de su puerta,
aparto las sábanas hacia los pies de la cama,
e indico al médico y al cura que se vuelvan a sus casas.
Agarro al hombre que se hunde
y le levanto con voluntad irresistible.
Ah, desalentado, he aquí mi cuello.
¡Por Dios que no te desplomarás!
Descansa sobre mí odo tu peso.
Te dilato con tremendo aliento;
te mantengo a flote.
Lleno cada habitación de la casa
con una fuerza armada de amantes míos,
que engañan las tumbas.
Duerme. Yo y ellos montaremos guardia toda la noche.
Ni la duda ni los males
se atreverán a poner un dedo sobre tí.
Te he besado, de modo que te he hecho mío;
Y cuando por la mañana te levantes
te encontrarás con que es verdad lo que te he dicho.
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