Los epítetos de Atenea
I. Atenea virgen y combativa: significado
En el mundo antiguo, los epítetos no eran meros sobrenombres, sino manifestaciones de las múltiples formas en que una divinidad se hacía presente ante los mortales. Atenea, hija de Zeus y portadora de la sabiduría activa, fue honrada en distintos lugares con epítetos que revelaban aspectos esenciales de su carácter, sus funciones y su relación con la comunidad. En paralelo, sus esculturas, creadas por los más grandes artistas del mundo helénico, dieron forma visual a estas dimensiones, convirtiendo en imagen lo que los epítetos expresaban en palabra sagrada.
Uno de los epítetos más antiguos y complejos es Palas, que se ha interpretado como un eco de la juventud valerosa de la diosa. La tradición cuenta que Atenea adoptó este nombre tras la trágica muerte de una amiga suya, también llamada Palas, durante un combate ritual o un ejercicio marcial. Al asumir su nombre, Atenea no solo honra su memoria, sino que incorpora su fuerza en su propia identidad. Este gesto habla de una diosa que no olvida, que transforma el dolor en fuerza y que lleva consigo la memoria de los vínculos perdidos. De ahí que Palas Atenea sea una expresión que une valentía, duelo y justicia, y que resuena en los himnos homéricos y en la poesía lírica como un nombre de fuerza solemne.
La forma Pallas, en su variante helenística y latina, también se asocia con su pericia militar y su capacidad de estrategia. No representa un impulso violento o desmedido, sino la inteligencia del combate bien pensado, la arquitectura de la defensa justa. Atenea como Pallas aparece en momentos clave de la guerra de Troya, protegiendo a héroes como Odiseo y Diomedes, no con fuerza bruta, sino con consejo lúcido y maniobra precisa. En esta faceta, su figura se vuelve símbolo de la guerra que no destruye por placer, sino que actúa como último recurso para restaurar el equilibrio. Su lanza no hiere por instinto, sino por juicio. Su égida, herencia de su padre, es tanto un escudo como un emblema del terror racional.
El epíteto Parthenos, cuya traducción es “virgen”, no se refiere solo a un estado físico, sino a una actitud de independencia y soberanía sobre su propio ser. Atenea no fue sometida a las normas matrimoniales que regían a otras divinidades femeninas del panteón; ella pertenece solo a sí misma y al orden que encarna. Este carácter se convirtió en símbolo cívico para Atenas, cuya ciudadanía se identificaba con la virtud autónoma y con la razón rectora. El templo más sagrado de la ciudad, el Partenón, se consagró a Atenea Parthenos, afirmando no solo su presencia en la Acrópolis, sino su centralidad como protectora de la pólis y de sus valores. Su virginidad, lejos de ser un rasgo pasivo, constituye una forma de poder no condicionado por las alianzas nupciales: Atenea es Parthenos porque es invulnerable a toda sujeción externa
II. Fidias: la adoración de Atenea a través de la forma
Estas distintas manifestaciones de Atenea hallaron formas tangibles en las esculturas monumentales que dominaron los espacios sagrados de la Acrópolis. Una de las más célebres fue la "Athena Parthenos" de Fidias, obra colosal de oro y marfil situada dentro del Partenón. Su cuerpo estaba recubierto de marfil, sus vestiduras de láminas de oro que podían retirarse en tiempos de necesidad para la ciudad. En una mano sostenía una Niké, símbolo de la victoria, y en la otra, el escudo que contenía escenas del combate entre griegos y amazonas, así como la gigantomaquia. Esta estatua, hoy perdida, no era solo un ídolo: era la manifestación misma de la diosa que presidía la ciudad, presente en su imagen con todo su esplendor y significado.
Otra escultura igualmente poderosa fue la "Athena Promachos", erigida también por Fidias y colocada al aire libre en la Acrópolis. De gran tamaño y hecha de bronce, representaba a la diosa en actitud combativa, con lanza y escudo, mirando hacia el mar. Se decía que los navegantes que se acercaban al puerto del Pireo podían ver su casco brillar a lo lejos, como un faro espiritual. Esta imagen no era puramente marcial, sino también simbólica: la diosa que marcha delante, que guía a su pueblo en la guerra y en la paz, en las batallas y en los consejos. Promachos es la que lucha por la justicia, la que encabeza la defensa de la ciudad frente a la amenaza, la que camina siempre un paso adelante de sus fieles.
III. Todas las Ateneas
A través de sus epítetos y esculturas, Atenea no aparece como una figura unívoca, sino como una realidad multiforme y coherente. Su inteligencia, su independencia y su sentido del equilibrio se reflejan en cada gesto, en cada nombre y en cada imagen. En la cima de la Acrópolis, su presencia no solo era metal o marfil, sino encarnación de los valores más altos de la ciudad: claridad de juicio, sobriedad de acción, fuerza sin tiranía, virginidad como autonomía, estrategia como justicia. Así fue, y así permanece, la hija de Metis y Zeus: la que piensa, la que guía, la que protege sin someter.
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