Teseo e Hipólito
Para los griegos del siglo V a. n. e., Teseo era una figura cívica fundamental: el héroe fundador de Atenas, unificadora del Ática y símbolo del ideal ciudadano. Por contraste, su hijo Hipólito, aunque noble, encarnaba una tensión con ese orden: joven casto, devoto de Artemisa, ajeno a la vida política y sexual, se presentaba como un marginal dentro del orden ateniense.
Los griegos conocían esta historia por versiones anteriores, como la perdida "Hipólito velado", también de Eurípides, y estaban familiarizados con el destino trágico del joven por rechazar a Afrodita. Este rechazo no solo era una ofensa personal a la diosa, sino una transgresión de los valores de equilibrio entre pasiones y deberes cívicos, clave en la ética griega.
La audiencia reconocía en Hipólito un conflicto fundamental entre pasión y razón, entre deseo y virtud, proyectado no solo sobre los personajes humanos, sino también sobre las divinidades que los rigen.
Personajes principales
Hipólito: Hijo de Teseo, joven casto y devoto de Artemisa. Rechaza el amor físico y elogia la virginidad, lo que lo hace blanco del castigo de Afrodita.
Fedra: Segunda esposa de Teseo, víctima del deseo inducido por Afrodita hacia su hijastro. Lucha contra su pasión, pero finalmente se suicida dejando una acusación falsa.
Teseo: Rey de Atenas y padre de Hipólito. Confiado en la palabra de Fedra y sin pruebas, maldice a su hijo con la ayuda de Poseidón.
Afrodita: Diosa del amor. Al inicio de la obra declara su plan de castigar a Hipólito por despreciarla.
Artemisa: Diosa de la castidad y protectora de Hipólito. Solo aparece al final, revelando la verdad al padre y restaurando el honor del hijo.
Nodriza: Confidente de Fedra. Desempeña un papel crucial al revelar a Hipólito el deseo de su madrastra.
Coro de mujeres de Trecén: Acompaña a Fedra y comenta los sucesos con empatía y juicio moral.
Resumen de la tragedia
Afrodita, desde el prólogo, explica su plan para castigar a Hipólito por su desprecio. Ha hecho que Fedra, su madrastra, se enamore de él. Fedra, enferma de pasión, resiste confesar su deseo hasta que la nodriza, sin su consentimiento, se lo revela a Hipólito. Él reacciona con repulsión y promete callar, pero Fedra, temiendo el escándalo y la vergüenza, se suicida dejando una nota en la que acusa a Hipólito de haberla deshonrado.
Fedra no mintió directamente con palabras, sino con silencio y una carta calculada. Tras ser consumida por la pasión incestuosa hacia Hipólito y tras ser rechazada con horror por el joven, Fedra decide escribir una carta acusando falsamente a Hipólito de violarla, dejando el rollo sellado en sus propias manos inertes.
Cuando Teseo encuentra el cadáver de su esposa y lee la acusación, estalla en furia. El honor de Teseo queda manchado en dos sentidos, como rey y marido. Cree que su hijo ha cometido un crimen imperdonable: violar a la esposa del padre, un acto que desgarra el orden familiar y político.
Su ira ciega lo lleva a maldecir a Hipólito sin juicio, violando el deber sagrado de un progenitor de proteger a su hijo. Teseo, al leerla, invoca una de las tres maldiciones que Poseidón le concedió, pidiendo la muerte de su hijo. Hipólito es arrojado de su carro por un monstruo marino y queda mortalmente herido.
La ironía trágica es que Fedra, en realidad, buscaba proteger su propio honor -y el de Teseo- al ocultar su deseo prohibido, pero su mentira termina destruyendo a la familia entera.
La escena final de Hipólito es desgarradora. Cuando el joven, destrozado por el monstruo enviado por Poseidón, es llevado moribundo ante su padre, el aire parece cargado de una angustia insoportable. Teseo, con el rostro aún endurecido por la ira, ve a su hijo retorciéndose en agonía, pero antes de que el silencio los separe para siempre, una luz irrumpe en la oscuridad.
Artemisa desciende. Su presencia no trae consuelo, sino una verdad amarga. La diosa revela lo que Teseo nunca quiso ver: Fedra mintió. Hipólito, el hijo devoto, jamás manchó el honor de su padre. Fue la desesperación de una mujer herida por Afrodita, el veneno de los celos y la vergüenza, lo que urdió la mentira que ahora le arranca la vida a un inocente.
Teseo se derrumba. Ya es tarde para deshacer la maldición, para volver atrás. Hipólito, entre jadeos, perdona a su padre, pero el peso de la culpa queda flotando en el aire como un espectro. Artemisa, implacable, anuncia que castigará a otro mortal en honor de su fiel seguidor, porque así es el modo de los dioses: la justicia nunca es simple, no es lineal.
Y así, con el último suspiro de Hipólito, Eurípides nos deja frente a una pregunta cruel: ¿Qué importa la verdad, cuando ya todo está perdido? La tragedia no se resuelve, solo se consume. Los dioses han jugado su partida, y los humanos, pagan el precio.
Hipólito muere y ya es tarde: el honor de Teseo queda manchado no por la culpa de Hipólito, sino por su propia impiedad al no dudar de la acusación. Eurípides muestra así cómo la hybris corrompe incluso a los héroes.
Dionisias urbanas
Hipólito fue representada en el 428 a. n. e., durante la fase inicial de la Guerra del Peloponeso. A pesar del conflicto bélico, las Dionisias urbanas continuaban siendo el principal festival teatral de Atenas, donde se representaban nuevas tragedias ante una audiencia amplia y heterogénea, que incluía tanto ciudadanos como metecos y embajadores extranjeros.
Los espectadores tenían una formación cultural sólida, estaban familiarizados con los relatos que los trágicos versionaban y sabían leer los matices éticos y políticos de las obras. En "Hipólito", el tema del castigo injusto y la ruptura del orden familiar habría resonado especialmente en un contexto de tensión interna en la polis. Además, la pugna entre dos diosas —Afrodita y Artemisa— evocaba el conflicto entre distintos valores: eros y sophrosyne -deseo y moderación-, elementos clave en la paideia ateniense.
Los teatros griegos mejor conservados del mundo
Los teatros de la antigüedad eran espacios esenciales para la vida cívica y cultural griega. Algunos de los mejor conservados hasta hoy son:
Teatro de Epidauro, Grecia: Considerado el teatro antiguo mejor conservado del mundo. Construido en el siglo IV a. n. e., destaca por su acústica perfecta y su armonía arquitectónica. Aún se usa para representaciones teatrales en verano.
Teatro de Delfos, Grecia: Situado en la ladera del monte Parnaso. Ofrece vistas espectaculares del valle y formaba parte del santuario de Apolo.
Teatro de Dodona, Grecia: Ubicado en el santuario de Zeus, fue ampliado por los romanos. Tiene capacidad para más de 17.000 espectadores.
Teatro de Segesta, Italia, Sicilia: De origen griego, con magníficas vistas y conservación notable. Fue construido en el siglo III a. n. e.
Teatro de Taormina, Italia, Sicilia: Aunque modificado por los romanos, tiene origen helenístico. Conserva su belleza y sigue activo como espacio cultural.
Teatro de Aspendos, Turquía: De época romana pero siguiendo la tradición griega. Extraordinariamente bien conservado, sigue en uso.
Tres citas destacadas
«El que no ha aprendido a dominar su lengua, no ha aprendido a gobernar su alma»– Reflexión sobre la necesidad del autocontrol, especialmente frente al deseo.
«La lengua ha jurado, pero no el corazón»– Hipólito, al explicar por qué aceptó callar lo que no aprueba.
«Padre, he sido calumniado, pero no te reprocho nada»– Palabras de Hipólito antes de morir, mostrando nobleza incluso en la injusticia.
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