La clarividencia de Apolo no solo se manifestó en los oráculos y santuarios consagrados a su nombre, sino también en los hijos que heredaron su don profético. Entre ellos, Mopso resplandece como uno de los más insignes, dotado de una percepción que lo elevó por encima de otros augures célebres. Su historia se enlaza con la de Calcas, el adivino que guio a los aqueos en la Guerra de Troya, a quien Mopso desafió y venció en un duelo de adivinación, confirmando la supremacía del linaje apolíneo en el arte de leer el destino.
Estrabón y Pausanias, relatan que Mopso nació de Apolo y la ninfa Manto, hija del tebano Tiresias, otro de los más grandes videntes de la tradición helénica. Así, la sangre de dos de los más ilustres intérpretes del destino corría por sus venas. La competencia entre Mopso y Calcas tuvo lugar en Colofón, cuando el adivino aqueo, que había servido fielmente a los griegos en Troya, buscó probar que su talento profético seguía intacto. Según la tradición, ambos se enfrentaron en dos pruebas: primero, Calcas predijo que cierto número de higos crecería en un árbol, y Mopso no solo confirmó el número exacto, sino que anticipó la fecha exacta de su maduración. Luego, se les pidió que adivinaran cuántos lechones llevaba en su vientre una cerda preñada. Calcas dio un número, pero Mopso fue más preciso aún, señalando no solo la cantidad sino también el sexo de cada cría. Cuando se comprobó que sus augurios eran perfectos, Calcas, derrotado, murió de desesperación.
Cabe aclarar que el Mopso, hijo de Apolo y Manto, no fue un Argonauta. Quien participó en la expedición del célebre Jasón y cumplió un rol de adivino fue otro Mopso, el hijo de Ampico.
No hay relatos que mencionen que Mopso tuviera esposa o descendencia. Su vida estuvo más ligada a la adivinación y a la fundación de ciudades que a historias amorosas. Y eso es porque tuvo un papel importante en la colonización de Asia Menor. Se le atribuye la fundación de varias ciudades, especialmente en Panfilia y Mopsuestia, y se le considera el ancestro epónimo de los mopsopes, un pueblo que habitó esa región, aunque esta última afirmación surge de la toponimia eponímica. Panfilia -cuyo nombre significa "todas las razas"- fue un punto de sincretismo cultural y linguístico de la península anatólica.
También hay relatos que lo vinculan con la Guerra de Tebas. Según algunas versiones, después de la caída de Tebas, Mopso estuvo entre los que fueron enviados al santuario de Apolo en Claros, donde se convirtió en un profeta de gran renombre.
Sorprendentemente, existen autores que afirman que después del duelo de adivinación contra Calcas, una vez humillado su rival, cuando muere de pena o de vergüenza, Mopso también murió, aunque no especifican si fue de manera natural o si su destino estaba sellado tras el enfrentamiento. La idea de que murió tras el duelo no está respaldada por las fuentes antiguas.
Mopso no solo demuestra el dominio de Apolo sobre la adivinación, sino que también reafirma la idea de que la clarividencia es un don divino, cuya pureza es garantizada por la sangre de los dioses. Mientras los mortales, como Calcas, pueden recibir visiones fragmentadas y errar en su interpretación, los verdaderos hijos de Apolo que nacen con el don, ven con la nitidez del propio dios. La versión documentada en la Antigüedad afirma que Mopso continuó su labor profética en Asia Menor, donde su culto persistió en varias regiones, asegurando que su legado como el vidente supremo de Apolo no se desvaneciera.
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