I. El continuismo helénico del siglo III
La veneración de la diosa Atenea como divinidad tutelar de Atenas se mantuvo como eje central de la identidad religiosa de la ciudad hasta bien entrada la época imperial romana, adaptándose a los cambios políticos y culturales mientras conservaba su esencia tradicional. Las fuentes epigráficas, literarias y arqueológicas permiten rastrear la evolución de sus cultos oficiales hasta su eventual desaparición en el contexto de la cristianización del Imperio.
Durante los primeros siglos de nuestra era, el culto a Atenea Polias en la Acrópolis siguió siendo el núcleo de la religiosidad ateniense. Pausanias, en su "Descripción de Grecia" de mediados del siglo II, describe con detalle los rituales que aún se celebraban en el Erecteión, donde se custodiaba la antigua imagen de madera -xoanon- de la diosa.
Los emperadores romanos, desde Augusto hasta Adriano, mostraron especial respeto por estos cultos atenienses, financiando restauraciones de templos y participando en festivales.
Las Panateneas, el festival más importante en honor a Atenea, continuaron celebrándose con esplendor. Inscripciones del siglo III documentan todavía la organización de las procesiones y los sacrificios, aunque con adaptaciones: los emperadores romanos fueron incorporados a la iconografía de los peplos tejidos para la diosa. Este sincretismo permitió que el culto sobreviviera como expresión de lealtad al poder imperial.
II. El siglo IV como punto de inflexión
El punto de inflexión llegó en el año 313, cuando el emperador Constantino I promulgó el Edicto de Milán, que legalizó el cristianismo en todo el Imperio romano.
A pesar del avance del cristianismo, Atenas mantuvo su carácter de centro intelectual y espiritual helenista. Libanio, en sus "Discursos", y el emperador Juliano en sus escritos, alaban la persistencia de los cultos tradicionales en la ciudad.
Sin embargo, los decretos teodosianos contra el "paganismo" (391-392) marcaron el fin oficial de los cultos públicos. Fue el emperador Teodosio I quién declaró el cristianismo la religión oficial en el año 380 mediante el Edicto de Tesalónica, consolidando la presión monoteísta en Grecia y en todo el mundo grecorromano. El cierre del templo de Atenea Partenos, convertido en iglesia cristiana, probablemente dedicada a la Theotokos, simbolizó esta transición.
Aunque el proceso fue gradual y complejo, tras el Edicto de Tesalónica, el cristianismo comenzó a desplazar activamente las religiones tradicionales grecorromanas. En Grecia, esto implicó la prohibición de cultos paganos, el cierre de templos, y en algunos casos, la persecución de filósofos y sacerdotes politeístas.
Durante los siglos IV y V, los emperadores cristianos y sus sucesores emitieron leyes que penalizaban los sacrificios, las prácticas adivinatorias y la veneración de imágenes de dioses antiguos. Hubo episodios de destrucción de templos, como el de Eleusis, y represión de cultos mistéricos como los de Dionisio y Deméter.
El término "paganismo" comenzó a utilizarse con connotación peyorativa a partir del mismo siglo IV, cuando el cristianismo se consolidó como religión dominante en el Imperio romano. Originalmente, paganus en latín significaba “habitante del campo” o “aldeano”, y no tenía un sentido religioso. Sin embargo, como las zonas rurales tardaron más en adoptar el cristianismo, los cristianos empezaron a usar paganus para referirse a quienes seguían las religiones tradicionales no cristianas.
Este uso se volvió despectivo al asociar paganismo con superstición, idolatría o ignorancia, en contraste con la “verdadera fe” cristiana. A lo largo de la Edad Media, el término se aplicó a cualquier religión no abrahámica, y se convirtió en una etiqueta para excluir o desacreditar otras formas de espiritualidad.
Los seguidores de la religión tradicional griega se autoidentificaban como helenos (Ἕλληνες) o simplemente como adoradores de los dioses (θεοσεβεῖς, “temerosos de los dioses”). En el Imperio bizantino, el término heleno pasó a usarse específicamente para referirse a los politeístas, aunque originalmente significaba simplemente “griego”.
De modo que el término paganismo fue una construcción cristiana para definir al “otro”, mientras que los creyentes en los dioses olímpicos se veían a sí mismos como parte de una tradición religiosa legítima, vinculada a la cultura, la ciudad y los rituales ancestrales.
III. Sobreviviendo y malviviendo hasta el siglo VI
La resistencia helena persistió en algunos círculos intelectuales, especialmente entre los neoplatónicos, pero figuras como Hipatia de Alejandría fueron asesinadas por fanáticos cristianos a comienzos del siglo V, lo que simbolizó la intolerancia y violencia de los cristianos.
El filósofo Proclo del siglo V, según relata su biógrafo Marino, aún realizaba ofrendas a Atenea en su pequeño oratorio privado cerca de la Acrópolis, demostrando la devoción personal que pervivía entre los círculos neoplatónicos.
Fuentes como Zacarías el Retórico mencionan que algunos atenienses seguían celebrando ritos a la diosa en secreto a principios del siglo VI.
La transformación de los espacios sagrados fue gradual: El Partenón se consagró como iglesia de Santa María en el siglo VI, el Erecteión mantuvo su estructura, pero perdió su función cultual original y algunos elementos rituales, como las lámparas votivas, reaparecen en contextos cristianos con nueva simbología
La memoria de Atenea sobrevivió en la cultura bizantina a través de la literatura y el arte, donde la sabiduría de la diosa se reinterpretó a veces como prefiguración de la virgen María. Esta transfiguración cultural, documentada en textos como la "Crónica" de Juan Malalas, muestra cómo la esencia del culto ateniense por excelencia logró trascender, de forma transformada, su supresión oficial.
Los últimos cultos oficiales a Atenea en Atenas representan así no un final abrupto, sino un proceso complejo de resistencia, adaptación y eventual asimilación dentro del nuevo orden religioso del Mediterráneo tardorromano.
Comentarios
Publicar un comentario