La distinción entre Atenea y Minerva se manifiesta a través de las particularidades culturales que cada civilización imprimió en su concepción de esta divinidad. Aunque el proceso de interpretatio romana llevó a una asimilación formal entre ambas figuras, los matices que las separan emergen de los contextos religiosos, políticos y sociales que definieron sus cultos en el mundo griego y romano.
I. Repasando las características de Atenea
En el ámbito griego, Atenea surge como una deidad profundamente arraigada en la identidad de la polis, especialmente en Atenas, donde su condición de protectora se refleja en epítetos como "Polías" o "Promacos".
Su vinculación con la guerra no es la del combate irracional, sino la de la estrategia y la táctica. Esta dimensión intelectual se complementa con su asociación a las artes técnicas, como la fabricación de armaduras o la navegación, habilidades que en la mentalidad griega requerían tanto destreza manual como sabiduría práctica.
Por último, el olivo, regalo sagrado a los atenienses según el relato transmitido por Heródoto y Pausanias, simboliza esta dualidad entre utilidad civilizadora y protección divina.
II. Culto romano a Minerva
El culto romano a Minerva, aunque hereda elementos helénicos a través del contacto con el mundo etrusco —donde Menrva ya exhibía rasgos similares—, se integra en un marco religioso distinto. Minerva no nace de la cabeza de Júpiter en la tradición itálica, sino que su presencia se consolida como parte de la Tríada Capitolina, junto a Júpiter y Juno, estructura que refleja la organización sacerdotal romana más que una narrativa mitológica.
Su papel bélico, aunque presente, queda subordinado a funciones vinculadas con los collegia de artesanos y los ludi escolares, como atestiguan las dedicaciones en el Aventino, zona tradicionalmente asociada a plebeyos y oficios.
Cicerón, en "De natura deorum", menciona su importancia como deidad de la memoria y la inteligencia aplicada, rasgo que los romanos exaltaron en festivales como los Quinquatrus, celebrados por gremios de médicos y maestros.
III. Iconografías diferenciadas
La iconografía también revela divergencias: mientras las representaciones griegas de Atenea suelen mostrar la égida y la Niké alada, símbolos de victoria y poder sobrenatural, las imágenes romanas de Minerva a menudo la presentan con herramientas de hilado o rollos de pergamino, enfatizando su influencia en la vida cotidiana.
La égida -del griego antiguo αἰγίς, aigís- es un símbolo fundamental en la armadura sobrenatural de Zeus y Atenea. Aunque su representación varía según la tradición, suele describirse como un escudo en el caso de Zeus y como una coraza confeccionada con piel de cabra en el de Atenea. Por extensión, el término alude también a elementos de protección y defensa.
El contraste entre Atenea y Minerva no implica una ruptura, sino una adaptación a las necesidades ideológicas de Roma, donde lo práctico y lo colectivo primaban sobre las narrativas heroicas divinas.
Así, aunque el núcleo identitario de ambas deidades se mantiene —la sabiduría, la protección civil y cierta belicosidad—, las inflexiones que las diferencian son producto de cómo griegos y romanos articularon lo divino dentro de sus respectivos sistemas de valores.
Las fuentes, desde los poemas homéricos hasta los tratados de Varrón, permiten rastrear este diálogo cultural sin confundir las tradiciones, mostrando la riqueza de un mismo arquetipo reinterpretado.
Comentarios
Publicar un comentario