Ir al contenido principal

Plenilunio de Perséfone

 El destino de la diosa Perséfone, hija de Zeus y Deméter, condenada a ser la esposa del Señor del inframundo, es una historia sobre como una joven diosa hermosa y alegre, acaba condenada a vivir medio año en el mundo de los muertos por siempre. Secuestrada, engañada -cuando ingiere aquel grano de granada que acaba por condenarla- y forzada a vivir una vida junto a su secuestrador, parece el destino de una diosa que está muy lejos de los designios de su madre y de aquello que ella desea para sí misma. 

En el asesinato de Mentis en manos de la diosa, vemos una figura que, lejos de aquella joven que amaba las flores y los campos, siembra desolación y muerte, actuando con frialdad y sin misericordia. 

Resulta extraño ver la deriva de Perséfone, su evolución parece dictada por la amargura de vivir sometida a un destino adverso. Acaso con esas acciones, Perséfone se transforma en Señora del inframundo. Y es tal el poder del reino de los muertos, que es capaz de marchitar las flores más imperecederas. 

El plenilunio de Perséfone nos devuelve a la tríada de Diosas que acaban relacionadas con el reino de sus muertos y con la destrucción: Perséfone, Deméter y Hékate. De hecho, Hékate a veces es representada por tres caras o tres cuerpos que simbolizan esta tríade polimórfica. Pero también con los nuevos comienzos y el ciclo de la vida y las estaciones. 

Son tres edades de la Humanidad representadas por estas tres diosas y originalmente Perséfone tenía un rol de inocencia y juventud, que dista de su evolución posterior. 

En las Tesmoforias, se celebraban su regreso a la tierra después del inframundo y se consideraba a Perséfone como una diosa benévola, que traía consigo la primavera, protectora de agricultores y niños. 

En este plenilunio celebramos el fin del año religioso y la cercanía de la muerte, sabiendo que para que surja nuevamente la vida, es necesario que el fruto caiga, se marchite y quede sepulto en las entrañas de la tierra.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Apolo, un dios con CV

 Ἀπόλλων no es el dios del Sol, tampoco lo era para los helenos. Apolo representa la peste, la plaga y la epidemia, pero también la creación y la vida. Es una antítesis y como toda entidad compleja, con el paso del tiempo cobró cada vez más significado hasta que, hacia comienzos del primer milenio, acabó acaparando la figura de Helio, el dios del sol. Es curioso porque hay, en el panteón, figuras que representan las mismas fuerzas que Apolo encarna. Para ser tutor de las Artes, están las Musas; para ser dios de la salud, tenemos a Asclepio; para dios de la destrucción, está Hades.    La novedad es que Apolo es el dios oracular por excelencia y el dios de la armonía. Y es que hay en el ciclo de creación y destrucción una evidente armonía de fuerzas -que en el 98% de las veces se salda con la extinción- evolutivas. Apolo tiene un origen que dista de poder considerarlo “el más griego de los dioses”, hay referencias bíblicas que lo identifican con el demonio o con ot

Adonia: el regreso con Perséfone

La celebración de la Adonia, tal como lo hemos adelantado, consiste en pequeños rituales muy significativos. En primer lugar, un “brindis fúnebre” por la vida que dejamos. Utilizamos para ello zumo de granada mezclado con alguna bebida alcohólica -preferentemente Ratafía-. La ratafía, hecha con la sangre de la menta -entre otras hierbas silvestres- será nuestro último trago. Se exprime la granada y sus semillas caen y se mezclan con la bebida y se toma de un golpe. El simbolismo de la semilla de granada -la cual condenó a Perséfone al Hades-, y su consumo se hace en honor al engaño con el que Hades que nos conduce a la muerte. La granada era una planta con la que se decoraban los monumentos fúnebres. Por eso, posteriormente cogemos una granada entera y sin cortar por persona, velas pequeñas y nos vamos en dirección al cementerio una vez caída la noche. Esa granada que arrojamos será nuestro alimento y reserva para el más allá. Lo ideal es subir a un montículo para poder

Qui exaudivit me in die tribulationis meæ, salvum me fac

Desde el fin del año y hasta el solsticio de invierno, la noche crece día a día. En el silencio del riguroso invierno encontramos un momento para pensar en todos aquellos que sufren. Los que están enfermos, los que acaban de descubrirlo, los que acaban de marchar. Por todos ellos elevemos juntos un ruego y hermanemos nuestros corazones:  Qui exaudivit me in die tribulationis meæ, salvum me fac.  Que quien los escuche, los salve. Dejamos un farol encendido fuera de casa con un cirio con la esperanza de que esa luz y ese calor alivien sus corazones.